domingo, 3 de marzo de 2013

Microcuentos III. La Mudanza.

Hubo una época en la que mi sueño más feliz era mudarme. Mi paraíso onírico consistía en ver una pila de cajas embaladas y un montón de hombres fuertes vestidos de riguroso azul, cargándolas y llevándolas a un gran camión que me llevaba a "Villa Libertad". Y el momento había llegado. Allí me encontraba yo en medio de aquel salón ya vacío, de paredes desconchadas y desnudas buscando en ellas como una arqueóloga los restos de mi pasado. La imagen desoladora que había adquirido la casa al quedarse vacía y el sonido de mis pasos que resonaban en todo aquel triste espacio me causaron pena. Me acordé entonces de un día en que paseando por una calle leí en la pared de una antigua casa una frase que alguien había escrito con un spray de tinta: "en esta casa se ha amado mucho". ¿Qué pondría yo en estas paredes para que alguien supiera cómo se ha vivido aquí? Tal vez escribiría: "esta casa ha sido mi hogar y mi prisión". Es el único espacio que ha sido mío y sin embargo es el único cautiverio que he conocido en mi vida. Pero no iba a escribir nada en las paredes, en aquel lugar todo estaba dicho y vivido. Con todos estos pensamientos en la mente me fui acercando a la puerta en la que me detuve para echar el último vistazo, la última mirada intentando no convertirme en estatua de sal. Entre lágrimas y suspiros logré cerrar la puerta por fin. Nunca he sabido si aquel llanto era de pena o de felicidad. Siendo animales de costumbres como somos a veces estamos aferrados a los cautiverios en los que vamos cayendo en la vida sin darnos cuenta. Aceleré el paso después de cerrar aquella puerta para siempre y entonces mi percaté de que me sentía más ligera, notaba como si me hubieran salido alas en los talones como Aquiles, aquel héroe que estaba tocado por la mano de los dioses. Yo también empezaba a notar que mi suerte había cambiado, los dioses por fin estaban de mi parte y me sentí bendecida por ellos.

miércoles, 13 de febrero de 2013

De pequeña quería ser mayor.

   En una excursión que hice el otro día con mis alumnos desde Maspalomas a Telde le dije a una pequeña alumna, con la intención de que permaneciera sentada  tranquila todo el trayecto, que mirara por la ventana atentamente que a mí me habían dicho que muchos osos pululaban a sus anchas por la zona. Así que si ella se quedaba quietecita en el sillón de la guagua, no tardaría en ver a alguno de aquellos animales. También le dije a la niña que si veía a uno de aquellos peludos ositos, que no dudara en avisarme, que yo también quería disfrutar de ese momento especial.
   Me senté convencida de que la niña ya no intentaría moverse del asiento y que se quedaría mirando el seco paisaje de nuestro trayecto, que era  lo que yo también pretendía, pero mi sorpresa y la gracia que me produjeron sus palabras diez minutos después fueron enormes cuando con su dulce vocecita me avisó con gran entusiasmo: Bea un oso.
   Hasta que llegamos a Telde aparecieron diez osos que por los visto, paseaban a sus anchas por Juan Grande, el Polígono de Arinaga y El Goro. Diez osos que yo con mis ojos de adulta no pude ver desgraciadamente, aunque la imaginación de la niña los iba vislumbrando uno a uno y además fue contagiando a sus compañeros que se pusieron a mirar con más detenimiento por los ventanales del autobús y empezaron a avisarme de la aparición de otros animales que extrañamente paseaban también por el hábitat sureño. Me avisaron de la existencia de lagartos, algún caballo y creo recordar que alguien fue capaz de ver un pulpo, que no sé si fue visto vivo o muerto. 
   Y reflexionando sobre ese maravilloso momento que viví con los niños me acordé de que yo cuando era pequeña quería ser mayor. Tenía mucha prisa por dejar atrás el mundo de los niños, quería ponerme zapatos de mayor y recorrer con ellos todo el camino que me fuera posible. 
   Trabajar como hacían los adultos y tener mi dinero y no la paga semanal. Conducir un coche que me llevara muy lejos, como hacía mi padre que cogía el volante con una mano y apoyaba el codo en la ventanilla transmitiendo la seguridad de que para él, conducir estaba "chupado".
   Darle un beso a alguien que me pareciera muy guapo, muy listo y muy simpático y cerrar los ojos en ese momento y ver cientos de estrellitas, como veía yo que les pasaba a los protagonistas de alguna película romántica que me habían dejado ver. Si, el mundo de los adultos para mis ojos de niña era lo mejor que me podía ocurrir y no veía el momento de llegar a ese punto que adelanté todo lo que puede cuando  llegué a la adolescencia y utilicé esa etapa como un trampolín para saltar a la vida real, sin mirar atrás.
   Y ahora desde esta posición de mayor veo que algunas veces los caminos, aquellos que yo quería recorrer, en ocasiones tienen límites, que mi coche conducido a la manera de mi padre, ¡por supuesto! no puede llevarme tan lejos como yo quisiera,  que el dinero que me dan por mi trabajo, que adoro, no es el tesoro que yo pensaba cuando era niña.
   También me he percatado aunque nunca renuncio a ellos, que los besos que vienen "con estrellitas" tienen efectos secundarios y a veces después de experimentarlos producen un extraño dolor entre el pecho y el estómago, algo que nunca nadie me contó ni que salió en película alguna.
   Pero afortunadamente la vida siempre da oportunidades de volver atrás o al menos me la da a mí cada día cuando voy a mi trabajo y  los niños me dan la lección del otro día y  me enseñan que nunca hay que perder la imaginación y dejar de soñar. Ver la vida a través de otros cristales que no sean sólo los de la realidad  pura y dura.
   Puede ser que si uno es capaz de seguir soñando cuando ya hace tiempo que has dejado de ser un niño, todo lo que sueñes se te puede convertir en realidad aunque sea algo tan inverosímil como la existencia de osos en el sur de Gran Canaria.

¿Cuál es tu diminutivo?

Una de las cosas por las que nos caracterizamos los seres humanos es porque cuando vivimos en pareja solemos ponerle al objeto de nuestros deseos un gracioso diminutivo, que es personal e intransferible como las tarjetas de crédito. Ese nombre cortito, ridículo la mayoría de las veces y que sin saber porqué cuando comenzamos una relación con alguien nos llena de "orgullo y satisfacción", es como un sello semántico que nos coloca nuestro amor o que ponemos nosotros y que nos va a acompañar a lo largo de toda nuestra andadura amorosa. Yo creo que hay tantos diminutivos cariñosos como tipo de personas existen. Y si no hagamos un pequeño análisis del asunto. Están los clásicos que se adoptan así, sin pensarlo mucho y que los suelen decir personas comedidas y hasta yo diría con poca imaginación son el CARIÑO o CARI, AMOR, CORAZÓN, etc. De este tipo hay una variante que siempre me ha llamado la atención y que no sé si me hace gracia o me causa desespero, se trata del diminutivo clásico pero con modificaciones. Por ejemplo en vez de decir AMOR, los cariñosos amantes se dicen MO. Espero no ofender a nadie pero yo sobre ese sonido nasal, porque los que lo dicen suelen expulsar el aire por la nariz cuando pronuncian la amorosa sílaba. Siempre he tenido mis dudas ¿cómo te puede querer alguien que te llama así? Otros a los que suele recurrir mucho la gente son todos aquellos que tienen la letra CH, esa que ha aniquilado la Academia de la lengua (RAE). Son el CHURRI, PICHURRI, CACHULI, CHUCHI... y demás familia. De este tipo hay uno que es bastante sospechoso porque aunque parezca inofensivo no creo que lo sea tanto y es CHUKI, ¿no se llamaba así el muñeco diabólico? Cuidado, cuidado con aquellos que te llaman así porque eso no puede traer nada bueno. Luego hay otros vocablos que son ideados por gente original y que piensa, son los se que crean exclusivamente para ti porque nadie en el mundo tiene el honor de llamarse de esa manera. Paso a describir una situación concreta que lleva a alguien a hacer una creación tan original. Un verano has ido a la playa y te has puesto negro como un tizón y tu amorcito con el que acabas de comenzar un idilio te bautiza con el nombre de conguito, y conguito te quedas durante 20 años. Escucharás aquello de : --conguito te quiero mucho, conguito no puedo vivir sin ti, o conguito te lo dije-. Da igual que lleguen los inviernos y tu piel esté amarilla como la yema de un huevo el conguito se lleva con orgullo hasta el último día de la relación. Y ahí viene el problema en el final de la relación, porque en esos instantes ese diminutivo fantástico se va quedando descolorido y toda la ridiculez que no vimos al principio, aparece de repente. Es patético cuando en pleno epicentro de la ruptura oyes a tu alrededor la palabra PICHURRILITA y un lagrimón rueda por tu mejilla porque sabes que nunca más, nadie, jamás de los jamases te va a llamar así. Y en vez de sentirte contento porque te han quitado ese INRI de encima te sientes desdichado. Pero sabiendo como sé, que la realidad supera la ficción ¿serías capaz de decirme como te llaman a ti y cuál es tu diminutivo?

martes, 27 de noviembre de 2012

Si lo sé me callo.

   Cualquier persona que se relacione con niños, bien porque sea padre o madre o porque se dedique a la enseñanza ha podido comprobar que las niñas adquieren la capacidad de hablar antes que los varones, maduran linguísticamente con anterioridad. Es decir, que desde pequeñas las mujeres vamos haciendo prácticas en ese aspecto de una manera precoz. Por tanto si hay un género que verdaderamente tiene el vicio de contar ese es el género femenino. Tal vez por eso llegamos a la madurez con esa "incontinencia verbal" que tanto mal nos puede hacer a veces y me explico.
   Lo cierto es que las mujeres tenemos la "manía" de aclararlo todo hasta lo imposible de aclarar, lo que no se debe esclarecer, lo que hay que dejar en el olvido y no volverlo a sacar a colación nunca más.
   Una vez le escuché decir a Gabriel García Márquez en una entrevista, que él adoraba a las mujeres y las admiraba muchísimo, pero que no entendía esa manera que teníamos de "descuartizar" la información hasta el punto de que queríamos esclarecerlo absolutamente todo.
  Es muy probable que este hombre al que admiro tanto pueda tener razón. Es muy común escuchar de nuestros labios frases como:
-Cariño tenemos que hablar. Quiero hablar contigo-. O en el peor de los casos, ya a la desesperada:       Necesito hablar de lo nuestro-. A todos estos reclamos "el interlocutor" o sea "el otro", te mira con cara de artista de cine mudo, pensando además que él ni quiere ni necesita hablar, -¿HABLAR? ¿HABLAR DE QUÉ? si va a empezar la segunda parte del partido y no es el momento. Yo que estaba tan tranquilo y no tenía ganas de discutir-. Porque para él, HABLAR a veces es sinónimo de DISCUTIR. Él piensa: -ya verás, empezaremos bien y esto se convertirá en la historia interminable-.
   Y entonces comenzamos nuestra retahila, una de esas aclaraciones que se empieza a convertir en monólogo, que cuando  nos embarcamos en ella no sabemos ni a donde nos va a llevar pero  que nosotras seguimos adelante con el "mitin" PORQUE LO QUE SE EMPIEZA, SE ACABA.
   A él le sale en ese momento la mejor interpretación de todos los tiempos como actor de cine "no sonoro", o sea silencioso que es capaz de callarse ante incluso la afirmación más rocambolesca y punzante que a ti se te pueda ocurrir.
   Y siempre me he preguntado como lo hacen, como pueden tener la capacidad de mirarte, poner cara de pócker e incluso de preguntarte en uno de esos momentos críticos:-¿tú no tienes hambre?-, haciendo de esa manera el mejor intento de "la historia" de cambiar de tema, con un giro que ríete tú de los giros que daban los ovnis en el "espacio infinito".
   Bromas aparte creo que las mujeres tenemos una capacidad de comunicación extraordinaria, algo que en nosotras es muy valioso y que nos hace ser conciliadoras, en la mayoría de los casos. Y que de los hombres debemos aprender ese lado práctico que le aplican a todo, ese eslogan que parece que tienen de "si tiene solución no te preocupes por ello y si no tiene solución tampoco porque nada se puede hacer".
   Está claro que el binomio hombre/mujer ya sea como pareja o como amigos, es una combinación maravillosa y calladas o enfrascadas en nuestros mejores circunloquios, necesitamos de esos "mudos fantásticos".

martes, 13 de noviembre de 2012

Microcuento II. "A la cola, como todo el mundo".

   "A la cola como todo el mundo". Debo tener paciencia no me esperaba que aquí sucediera lo mismo que en el otro sitio, pero mira tú por donde, tanto que me imaginé un lugar diferente, con otras características y al final hay algo en común. Pero es que ha sido todo tan precipitado... Sólo recuerdo aquel ruido ensordecedor y nada más.
   No veo a nadie conocido, también sería casualidad encontrarse aquí con un vecino. Con un familiar o amigo no me gustaría la verdad. Y yo me pregunto ¿esta gente tendrá en cuenta que estoy aquí antes de tiempo? ¿que todo esto es prematuro? El recuento que hice de mi vida sería más corto que el de este hombre anciano que tengo delante de mí, en esta "bendita cola", aunque ¡hay que ver! la de cosas que dejé por hacer, seré memo. Ya me podrían dar la oportunidad de volver. ¡Otro gallo me cantaría con lo que sé ahora!  Tal vez si ven que no he sido tan malo... aunque alguna trastada he hecho, vaya que sí y lo bien que me lo pasé haciéndola. No sé si aquí ese tipo de cosas se penalizan, en el otro lado estaban muy mal vistas.
Ya se verá.
   La cola va avanzando, paciencia que ahora soy un muerto y el cielo me debe estar esperando.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Sucedió un Domingo.

   Quiero compartir un secreto, el domigo no es mi día favorito. Amanece el séptimo día, que para los anglosajones es el día del sol -Sunday-, pero que para mí es un día gris en el que toda la vulnerabilidad del mundo se me cae encima.
   Y muchas veces me he preguntado de donde me viene esa "pena dominguera", por qué me siento pequeña ese día en el que la gente gandulea, compra el periódico y churros para desayunar, pasea al perro y a la suegra sin prisas y yo me dispongo a bajar las persianas, meterme en el sofá y entre "ensueños" de viernes o sábados me pongo a esperar a que el fantástico día dominical pase rápido, llevándose mi inexplicable tristeza.
   Estoy convencida de que a Jesucristo lo crucificaron un domingo, y tengo la sospecha de que ahí no queda la cosa. Antes de este horrible suceso ya habían venido las siete plagas de Egipto que se hicieron efectivas el último día de la semana. Aunque aún hay más.
   Los constructores de la Torre de Babel que querían hacer un edificio que tocase el cielo, empezaron de repente a hablar todos un idioma diferente, dejando de entenderse para siempre. Hasta aquel fatídico domingo, todos tenían la misma lengua y usaban las mismas palabras.
   ¿Y cuándo creen que comenzó el diluvio universal? Pues no podía ser otro día que un muy lluvioso domingo. Si no, que se lo pregunten a Noé, que por muchas lluvias que caigan nunca va a olvidar el día en que tuvo que buscar un arca y refugiarse allí con todos aquellos animales.
   Las desapariciones misteriosas del triángulo de las Bermudas, la falsificación de la fórmula de la coca-cola, la primera terrorífica aparición del monstruo del lago Ness, todos, todos estos sucesos ocurrieron en domingo, ¿cómo no me voy a sentir yo así, tan desvalida cuando llega el final de la semana?
   Y si se rompe el microondas, la lavadora, el móvil o el disco duro del ordenador es bastante probable que eso suceda el día de misa.
   Creo que me quedo más tranquila ahora que sé de donde me viene mi domingofobia.
   No sé si alguien en un día así me dijo que no me quería, tengo muy mala memoria para el desamor pero ahora que lo sabes tú, que conoces mi mayor secreto, déjame abrazarte este domingo y desaparecer contigo en este sombrío túnel dominical para renacer de nuevo el  luminoso lunes, con la ilusión de que voy a ser feliz.
  

domingo, 14 de octubre de 2012

En un estudio de grabación.

   Jose De Vega se sentía desconcertado en aquella gran ciudad. Hacía poco que había atracado su barco en el que se había enrolado desde Gran Canaria, y aquel era el séptimo puerto en el que había desembarcado, Nueva Orleans.
   Bañada por el rio Misisipi, padre de todos los ríos, la ciudad se le presentaba a José como una gran urbe con gente de todas las razas, un lugar multicultural en el que los letreros de las calles aún estaban en francés, reducto del hecho de haber sido una colonia francesa . Por las aceras te podías tropezar con muchos ciudadanos negros, descendientes de todos aquellos esclavos africanos que un día fueron desembarcados  encadenados y tristes,  en el puerto del rio Misisipi.
   La sensación de soledad que invadía a José era muy fuerte, pero también la curiosidad era mucha y todo aquel "mundo" que se le presentaba ante sus ojos era tan diferente al suyo, que no podía dejar de observarlo todo, de devorar con la mirada las calles llenas de gente variopinta, los edificios con aquellos soportales de hierro del barrio francés, el tráfico de vehículos, grandes coches que en aquellos años 50 circulaban lentamente al lado de las aceras.
   Pero tal vez lo que más le llamaba la atención de Nueva Orleans era su sonido. En cualquiera de los bares del pecaminoso barrio francés, podías encontrar a una pandilla de músicos que tocaban como si estuvieran poseídos por algún demonio, una música que tenía un punto de locura. Se trataba de un sonido que había heredado los ecos de los cantos de aquellos hombres africanos, traídos involuntariamente desde África el siglo pasado. También contenía restos de músicas francesas y latinas.
   De toda aquella amalgama de notas había surgido el Jazz, vivo y a veces doliente, como el canto de los negros cuando trabajaban en las plantaciones bajo el yugo de los crueles capataces blancos.
   Y bajando por la Avenida St. Charles, calle principal de la ciudad, se encontró José aquel lugar tan particular. Miró el letrero. Tenía facilidad para los idiomas y ya se había acostumbrado al inglés. Estudio de grabación, tradujo.
   Al principio, cuando se le pasó la idea fugazmente por la cabeza la intentó desechar, pero en aquel momento, estando entre toda aquella gente la soledad era muy intensa, echaba de menos a su familia, a su querida Clara y a sus hijos pequeños y estaban tan lejos...
   Atravesó la puerta del estudio y se percató de que con un par de dólares podría llevar a cabo su plan. De pronto se vió dentro de una pequeña habitación del estudio, en la que un hombre se encontraba al otro lado de un cristal, manipulando unos grandes aparatos que no había visto nunca. Delante de él un gran micrófono. Esperó la señal del hombre que estaba al otro lado del panel de cristal y esa señal llegó, el hombre levantó la mano. Ya podía empezar a hablar. Iba a ser grabado.
   José respiró profundamente, todos los sentimientos y todos los recuerdos lo innundaron en ese instante. De repente ya no se sentía tan lejos, un hilo invisible en aquellos momentos lo unía a su familia. Lo podrían escuchar, podría hablarles,pensó. Cerró los ojos y una voz entrecortada le salíó de su interior: Clara, estoy en Nueva Orleans, una ciudad muy grande, pero yo me siento muy solo. Clara te echo mucho de menos a ti y a los niños, no te olvides de que te quiero. Ese disco llegó a Gran Canaria varios meses después.
   Y en otra ciudad no lejos de allí y en la misma época, Sam Phillips se devanaba los sesos para poder triunfar en la vida. Era de ese tipo de hombres que piensa que el mundo no hay que dejarlo como está, sino que hay que cambiarlo y en ello estaba.
   Cuando era joven había tenido que dejar la carrera de Derecho para ayudar a su familia, pero eso no acabó con su determinación de llegar a algo más. Músico frustrado quiso estar alrededor de la música aunque fuera como observador. Comenzó siendo locutor de radio pero una vez acabada esa etapa, decidió abrir un estudio de grabación, el Memphis Recording Service, lo que luego sería el sello discográfico Sun Records.
   Phillips quería ser el primero en grabar la música negra, esa música lo conmovía, veía el futuro en ella. Una de las primeras grabaciones que se hicieron en su estudio, vendría de un grupo de prisioneros negros que estaban encarcelados y habían formado un conjunto musical. The prisioners, que así se llamaban, grabaron un disco en la Sun Records siendo Phillips el productor. Fue el primer pequeño éxito del modesto sello discográfico, pero ya la máquina del triunfo se había puesto en funcionamiento.
   Sam Phillips sabía lo que quería, tenía claro cual era el sonido que iba a tiunfar y era un sonido nuevo pero a la vez era también un sonido ancestral.
   Y de aquel lugar pequeño con aquel hombre visionario, efectivamente salieron muchos sonidos nuevos, entre ellos unas primeras canciones que nadie sabía donde encasillarlas, canciones que bebieron en las fuentes que existían hasta ese momento, el Jazz, el Soul, el Country, la música negra lejana... Tiempo después dijeron que aquello que había surgido era Rock la semilla del Rock.

   Dos historias que tienen en común un estudio de grabación, una misma época los años 50.
   A José De Vega le pude seguir la pista. Años después, ya de vuelta a su hogar, era un abuelo dulce de cabellos blancos, que contaba historias sorprendentes de lugares lejanos, utilizando en ocasiones sus conocimientos de inglés, como si el usar esa lengua le hiciera estar más cerca de aquellos lugares por donde se sintió tan sólo y maravillado.
   De Sam Phillips he leído que además de tener una gran visión de futuro, tuvo mucha suerte. Una tarde de verano atravesó la puerta de su negocio un chaval de diciocho años, con la cara llena de granos y una guitarra colgada a la espalda. Con mucha timidez, mirando al suelo pudo balbucear que quería grabar una canción para regalársela a su madre. Pagó lo mismo que mi abuelo en Nueva Orleans por el disco, un par de dólares pero sus verdaderas intenciones no eran las de hacer una simple grabación. En realidad soñaba con ser un gran artista y cantar para un auditorio lleno de gente.
   El chico respondía al extraño nombre de Elvis Presley, pero creo que este muchacho y su historia se merecen un blog propio, ¿no creen?.