lunes, 14 de abril de 2014

CANTO A LA VIDA.

   El recuerdo más lejano que mi mente puede alcanzar es el de unas manos cálidas y amorosas que acariciaban mi cabeza de niña que dormitaba en una pequeña cuna. Y a partir de ahí, la vida...ilusiones infantiles, tardes de juegos, días de mar y sol y esas manos siempre proporcionándome ese carburante,el calor para que mi motor no fallara nunca.
    Y la vida que empuja al primer amor maravilloso, al primer baile, al  primer beso ...y mis manos que se agarran a esas otras hermosas manos, tan recias y frágiles.
     Y la vida que sigue con sus robos y sus recompensas, con sus lágrimas y sus risas, y yo estrecho esas manos para continuar el camino, para poder levantarme en las caídas. Y siempre están ahí para mi, me hacen fuerte, son el antídoto de la soledad y el desconsuelo.
   El recuerdo más cercano e intenso que poseo es el de mis manos amantes, tristes y temblorosas acariciando tu cabeza de anciana que se esfuerza por existir un día más.
    Y a partir de ahí de nuevo la vida...
porque ese amor ha sido mucho y bueno, porque al final tus manos me hicieron fuerte, alegre y cálida. 
   Y le canto a la vida porque tus manos siempre tenderán a las mías y porque la vida maravillosa que tú me enseñaste a vivir, no se acaba con la muerte.

   

LAS CARTAS

   Él aquel día tenía una cita, una cita a la que no asistiría la persona con la que había concertado ese encuentro. Cuando llegó a la cafetería y se dio cuenta de que aquella persona no aparecería pensó en lo estúpido que había sido y se dispuso a tomar un café, ¡que se le iba a hacer! Al fondo, en esa mesa del rincón en la que en alguna ocasión hemos estado sentados tú y yo estaba sentada ella.
   Cuando la miró pensó que aquella mujer era demasiado hermosa para estar sola y no esperar a nadie y que nadie la esperara, aun así sin pensárselo mucho se dirigió a ella para decirle no sabía qué.      Aprovechando que la mujer tenía un libro en sus manos, le preguntó por el título y desgraciadamente resultó que no había oído hablar jamás de la obra y de su autor, pero nuestro hombre era una persona de recursos y comenzó a buscar otros temas que le hicieran acercarse de alguna manera a aquella fascinante mujer.
   No tenían los mismos gustos literarios pero sí coincidieron en otras cosas como en el cine o en la música y de esta manera quedaron para ir juntos al cine. Y volvieron a concertar una cita, la segunda esta vez para asistir a un concierto. En aquel concierto cuando el cantante interpretó una canción con tintes románticos, de repente sus manos se unieron. Una mañana se despertaron y se dieron cuenta de que el amor se había colado por alguna rendija.
   Cuando celebraron el primer aniversario de esa costumbre a la que llamamos "amor" decidieron ir a aquella cafetería en la que se habían conocido. En aquel romántico rincón, en el que hemos estado sentados tú y yo en alguna ocasión él quiso abrir su corazón y decirle tantas cosas... pero entonces ella le tapó la boca con sus manos y le dijo: sé lo que me vas a decir, que me quieres más que a nada. Yo también te quiero pero tengo que marcharme lejos. Te echaré de menos. Él desconcertado le replicó que no quería que ella se marchara, que quería tenerla siempre cerca, amanecer con ella cada mañana. Pero nada sirvió para convencerla, ella se marchó pero le prometió que le escribiría, que cada quince días le mandaría una carta de amor en la que le contaría lo que había hecho, lo que no había hecho, lo que lo quería y lo mucho que lo había echado de menos.
   Ella se marchó y cuando pasaron dos semanas y la primera carta llegó, él recibió la carta ansiosamente, en ella su amor le contaba lo que había hecho, lo que no había hecho, lo que lo quería y lo que lo había echado de menos.
   Pasaron otros quince días y la segunda carta llegó. Él se deleitaba leyendo cada una de aquellas palabras que se habían convertido en la razón de su vida.
   El tiempo fue pasando, las cartas iban llegando puntuales a su cita, cada quince días religiosamente ella le contaba lo que había hecho, lo que no había hecho, lo que lo quería y cuánto lo había echado de menos.
   Pasaron díez años y él se había instalado cómodamente en esa costumbre a la que llamamos "amor" a través de las cartas de su amada, que no lo olvidaba, que lo amaba a través de cada una de aquellas líneas finamente escritas, con una delicada caligrafía. Después de todo aquel tiempo ya podía descifrar su estado de humor, sus malos días, su alegría o su tristeza tan solo con mirar el trazo de su letra.
   Y un aciago día la carta esperada no llegó. Al principio pensó que podía ser un error de correos pero cuando pasaron dos meses ya cayó en la cuenta de que aquella relación epistolar, hermosa y loca había acabado.
   Sin sus palabras la vida se le hacía insoportable algo tenía que hacer, pensaba cada día. Y finalmente encontró una solución. Decidió que podía volver a leer las cartas de nuevo. Tenía cientos de ellas que había guardado celosamente en una caja fuerte. Su mayor tesoro eran todas aquellas palabras en las que ella le contaba lo que había hecho, lo que no había hecho, lo que lo quería y lo que lo echaba de menos. 
   Así empezó a leer una a una cada quince días las cartas. Una noche unos ladrones entraron en su casa y no encontrando nada de valor que llevarse vieron aquella caja fuerte y se marcharon con ella. Su desolación fue tremenda. La rabia de los ladrones cuando abrieron la caja fuerte fue total.
   Él se volvió loco  buscando a aquellos que le habían quitado su gran tesoro, su costumbre de amor. Pero daba vueltas por las calles y llegaba cada noche a su casa más triste, más viejo y acabado.
   Uno de los ladrones que sintió esa curiosidad que nos entra a los seres humanos por las palabras ajenas, empezó a leer las cartas y decidió no quemarlas, como había pensado en un principio, sino enviarlas a su destinatario, como las había recibido.
   Y él que nunca había perdido el hábito de abrir cada quince días el buzón, encontró un día la primera carta. Ese día volvió a la vida, ahí estaba de nuevo su costumbre de amor. Abrió desesperadamente el sobre y recorrió todas aquellas líneas escritas en esas hojas ya amarillentas. Esas palabras le hablaban de lo que ella había hecho, de lo que no había hecho, de cuánto lo quería y cuánto lo echaba de menos.

sábado, 30 de noviembre de 2013

Se aprende lo que se ama.

   Ha caído en mis manos un libro maravilloso de un autor que me ha fascinado, Francisco Mora. 
Se trata de un Neurocientífico, Doctor en Medicina, Doctor en Neurociencias y Catedrático de Fisiología Humana. Y he titulado este post con "se aprende lo que se ama" porque el libro del que hablo también se titula así.
   Francisco Mora parte de la idea de que solo seremos capaces de aprender y de enseñar a través de la emoción. Como si de una bombilla se tratara la emoción debe encenderse dentro de nosotros. Ese mecanismo activará la curiosidad, la atención,  la memoria y en definitiva el aprendizaje.
   Aparece la neurociencia como una herramienta básica para los enseñantes, que  deben tener conocimientos de neuroeducación para llegar mejor a los alumnos. Pero ¿qué enmarca  la neuroeducación exactamente? Una serie de factores que influyen en las escuelas, o universidades: dormir bien, la arquitectura del colegio y del entorno, los horarios elegidos, la luz, el ruido, la temperatura... Todas esas cosas que en muchas ocasiones no se tienen en cuenta pero que son muy importantes a la hora de tener éxito en el proceso de aprender. Se trata de una nueva visión de la enseñanza basada en el cerebro. Hacer uso de los nuevos descubrimientos neurológicos para ser capaces de guiar a los alumnos de una manera efectiva, por la senda del aprendizaje. Si somos capaces de conocer y entender un poco como funciona nuestro cerebro será más fácil utilizar la estrategia adecuada y necesaria para que el alumno, se "emocione" con esos "nuevos saberes" que le vamos a presentar y por tanto no existirá un "apagón emocional", algo tan común hoy en día en muchos niños y jóvenes que presentan un comportamiento de desidia absoluta ante lo que se muestra en las escuelas.
   Tenemos que partir de la base de que el maestro tiene que conocer la magnitud de su responsabilidad será un transmisor de emoción, de la suya propia a través de su experiencia, de sus propias vivencias. Ya vemos que la emoción es algo contagioso. Es curioso que la palabra "emoción" no estaba tan relacionada con la inteligencia, pero en los últimos años vemos  la importancia que tiene manejar bien las emociones, cualquier tipo de emoción.
   Hay una idea en este libro que me parece maravillosa y es la de que todo lo que se enseña tiene la capacidad de cambiar el cerebro del que aprende en su física  y su química, su anatomía y su fisiología, conformando así circuitos neuronales que anteriormente al aprendizaje no existían. También la idea de que el cerebro es plástico a lo largo de toda la vida, es decir que puede ser modificado por el aprendizaje a cualquier edad, es una realidad muy optimista y que nos anima a todos a seguir la línea del aprendizaje permanente, nunca es tarde para aprender cosas nuevas que nos "emocionen".
   Me gusta el concepto de "ventanas plásticas" que aparece en este ensayo porque me hace imaginar todo lo que se va abriendo en nuestra cabeza y todo lo que queda por abrir, por decirlo de una manera nada científica pero sí muy entendible, me pregunto cuántas ventanas deja uno sin abrir en la vida a veces de manera voluntaria, otras por alguna imposibilidad exterior, pero estaría bien proponerse leyendo todo esto empezar a "airear" nuestro cerebro sin dejar nada cerrado ahí dentro a partir de ahora.
   Francisco Mora habla en uno de los capítulos de los neuromitos, esas ideas que circulan en el mundo de la neurociencia y que no son ciertas como la de que sólo utilizamos el diez por ciento de nuestro cerebro. Nos dice el autor que nuestro cerebro funciona completamente, pero entre más nos emocionemos, más aprendizajes alcancemos de todo tipo, más actividad neuronal tendremos, más capacidad alcanzaremos, nuestra inteligencia estará más desarrollada.
   En este blog en el que siempre abogo por la palabra, estoy en consonancia con el Doctor Mora que habla de las palabras como "el vehículo del conocimiento". A pesar de las tecnologías y todos los medios de comunicación que tenemos en la actualidad a nuestro alcance, sigue siendo la palabra la transmisora principal de la "emoción". No hay emoción en un whatssap, no nos engañemos.
  Recomiendo esta lectura a cualquier persona aunque no tenga nada que ver con el mundo de la educacíón, porque todos somos aprendices a lo largo de toda la vida. Y si es cierto eso de que "la emoción mueve el mundo" como dice nuestro autor, intentemos cada día emocionarnos un poco.
 


 


miércoles, 16 de octubre de 2013

Nuestros maestros favoritos.

Ahora que se acerca el día del enseñante dió la casualidad de que ha llegado hasta mis manos un libro que recopila las opiniones de distintas personas del mundo de la política, del espectáculo y de la literatura y el periodismo sobre algún maestro que había tenído influencia en sus vidas profesionales y también personales. Me llamó la atención el relato de Emilio Aragón que cuenta el entusiasmo de un profesor suyo que tenía una palabra clave: "apúntate". Una persona de esas que nunca ve obstáculos y que te inyecta esa idea positiva de la vida. Nos guste más o nos guste menos lo cierto es que Emilio Aragón se ha apuntado a todo. Leer este libro me ha hecho reflexionar muchísimo acerca de la profesión que desempeño. De la influencia que va a tener mi actitud y mi dedicación diaria en los alumnos que pasen por mi aula. Da un poco de vértigo pensar que de mí en parte, dependerá el amor a la lectura que pueda presentar uno de mis alumnos en el futuro y que de mí dependerá también, que esas personas que se están formando de mi mano puedan alcanzar una educación emocional más completa, algo tan necesario hoy en día o desarrolar la inteligencia social, sin olvidarme de la preparación académica en la que hay tantos contenidos y competencias que conseguir. Es cierto que para ser maestro es necesario tener una formación y una gran vocación pero no deja de ser el enseñante un profesional, una persona normal con miedos e inseguridades como todo el mundo, me refiero a que los profesores no son súper hombres o súper mujeres sino gente normal y corriente que se enfrenta cada día a situaciones nuevas en muchas ocasiones producto de los rápidos cambios a los que estamos sometidos continuamente en el mundo acelerado en que vivimos, cambios para los que los padres muchas veces no tienen respuestas y nos piden a nosotros actuaciones acertadas y efectivas. Leyendo este libro hice un repaso por todos los profesores de mi infancia y de mi vida escolar y lo cierto es que no encontré a ninguno de esos de "apúntate". Si que he encontrado a profesores que me han llenado más en otras épocas como en la época universitaria o ahora con algunos de mis colegas a los que admiro profundamente. También como creo en la formación permanente, me sigo encontrando joyas en algunas clases que recibo, como el profesor de música Eduardo García de la Escuela Municipal de Música de Las Palmas, pero lo cierto es que no encontré a ningún maestro en mi pasado escolar pero sí lo encontré en mi familia, mi tía abuela Carmen De Vega Padilla, una mujer que fundó una escuela parroquial, que eran pequeñas escuelas de barrio que dependían de las parroquias. Ayudada por su hermana Ana, Carmen compartió sus saberes con los vecinos y los preparaba para que fueran luego a examinarse al colegio público León y Castillo ubicado en La Isleta. Fueron más de dos décadas dedicada a esta labor en una época en la que Gran Canaria contaba con un 60 por ciento de analfabetos, en su mayoría mujeres. Es muy loable contribuir a que desaparezca esa oscuridad que supone el desconocimiento total de las letras. Y puede ser que muchas de las personas que pasaron por aquellas aulas improvisadas no siguieran posteriormente con su formación, pero al menos ya serían capacer de moverse por la vida con la seguridad que da el adquirir la lectura y la escritura y las "cuatro reglas". Carmen era un mujer de voz contundente, espíritu de artista porque organizaba marvillosas actuaciones de música y teatro con sus alumnos y vocación férrea. Yo no sé que tipo de maestra soy pero tengo claro el modelo de maestra en el que quiero convertirme y en eso digo lo mismo que decía el profesor favorito de Emilio Aragón: "apúntate". Pues yo me apunto al modelo de maestra que representó Carmen De Vega Padilla.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

García Márquez y su vicio de contar

Muchos años después frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en la que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro (...) El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre y para mencionarlas, había que señalarlas con el dedo.

   Cuando a Gabriel García Márquez le dieron el premio Nobel de literatura en 1982, los periodistas corrieron a Colombia a entrevistar a la madre del escritor. Le preguntaron a la buena mujer que de dónde había sacado el escritor colombiano ese arte de contar historias, de fabular y ella ni corta ni perezosa contestó: -mire yo creo que todo eso que mi hijo escribe, se lo han contado-. No iba mal encaminada.
 Al niño Gabriel José, Gabito, lo habían criado sus abuelos el coronel Nicolás Márquez y Tranquilina Iguarán en Aracataca. Hasta los diez años estuvo el pequeño en aquel pueblo caluroso dejado allí por sus padres, que tuvieron que ir a vivir a Barranquilla por motivos de trabajo. El niño vivió en una casa grande, que siempre estaba llena de gente del pueblo o de parientes que venían de visita. Una casa que pertenecía a una familia que había conocido en otros momentos una bonanza económica que ya había desaparecido, pero que mantenía esa dignidad que aún queda, cuando el dinero desaparece. En ese peculiar escenario escuchaba el chico mil historias de boca de su abuela y de sus tías o primas. Aquel mundo que parecía lejano, se fue introduciendo en la mente del niño y fue marcando lo que luego seduciría a los lectores de todo el mundo muchos años más tarde. Había nacido Macondo en la cabeza de Gabriel, pero él no se daría cuenta hasta mucho tiempo después.
    Nunca fue un buen estudiante. Siendo el primogénito de una familia numerosa, sus padres estaban empeñados en que hiciera una carrera. Hizo el bachiller en un internado estatal y siempre destacó por su palabra escrita. El adolescente Gabriel era un muchacho extremadamente tímido, muy dado a las juergas y amoríos la imaginación es desde ese entonces su sello. En la carrera de Derecho sólo estaría dos años, nunca se identificó con esos estudios, tan solo seguía como un autómata una senda que le habían marcado. Sin embargo cada vez tenía más claro que su camino estaba en las letras. Era un lector voraz que leía a todas horas. Sus primeros escritos fueron unos cuentos cortos que le publicaron en el periódico El Espectador, en el que más adelante conseguiría un trabajo como corresponsal. El autor se deslizaba así entre la realidad y la ficción, la realidad de la noticia y la ficción de sus imaginativos escritos. Fue a los 27 años estando en París y llegó como corresponsal, donde escribió su primera novela La Hojarasca, en la que ya aparece Macondo, ese mundo creado por él. En París era Gabriel García Márquez "un piscis desamparado" que conoció el hambre y la penuria, que vivía en una buhardilla y que escribe tal vez como único recurso para escapar de la soledad. De esa época surgen La Hojarasca y La Mala Hora cuyos manuscritos son amarrados en viejas corbatas y pasan a ocupar el fondo de una maleta, que acompaña al escritor en el viaje de vuelta. Pero en otro fondo, en el de su mente, estaba incrustada una obra que nació siendo un clásico, Cien años de Soledad.

Antonio Muñoz Molina. Premio PRÍNCIPE DE ASTURIAS.

   Antonio Muñoz Molina se pasaba las noches entre novelas. Cuando todas las luces de su casa  estaban apagadas la luz de su habitación permanecía "en vela" mientras él devoraba aquellas líneas que lo transportaban a otros lugares que ni remotamente tenían algo que ver con su mundo rural de la provincia de Jaén en el que la recolección de la aceituna era una parte fundamental. Su padre campesino de la zona estaba muy preocupado por la afición del chico. No veía normal esa pasión por los libros y en muchas ocasiones confesó esta desazón a un buen amigo. El compañero de faena le decía, no te preocupes hombre a lo mejor cuando el muchacho crezca se le pasa esa locura. Gracias a Dios nunca se le pasó el enamoramiento, al contrario con los años se vió multiplicado.
   Cuando creció y le comunicó a su familia la intención de estudiar Historia del Arte en Madrid -es como un hombre del Renacimiento ya que adora y conoce mucho de pintura y arte así como de música moderna y clasica- su padre se alarmó muchísimo más. En aquellos años ponían en televisión una serie que transcurría en una cafetería de Madrid por la que pupulaban múltiples personajes buscavidas. Uno de esos personajes era un aspirante a escritor de nombre tan original como García. Y el bueno de García que nunca llegó a escribir ningún libro sino que se dedicó a pedir cada tarde un café, cuando entraba alegremente en el bar con unos papeles debajo del brazo, se sentaba en una mesa que daba hacia los ventanales y desde allí contemplaba como pasaba la vida.
   El padre de Antonio relacionó automáticamente la marcha de su hijo a Madrid con aquel García y su vida ociosa, y con esa sorna que utilizan a veces muchos padres, ya no le llamaba Antonio , sino García.
   Y nuestro García se hizo adulto y muy pronto salió el escritor que siempre llevó dentro y que a mí me maravilla. Autor de muchos libros fantásticos llenos de una prosa sensible, profunda y  de delicadas descripiciones que nos presenta a los personajes desde sus emociones para que podamos conocerlos tan a fondo como los conoce él mismo que los ha creado, ha conseguido la notoriedad como escritor siendo un literato joven, si tenemos en cuenta que muchos premios se suelen dar a escritores que transitan por la tercera edad.
   Antonio Muñoz Molina ha sido también director del Instituto Cervantes de Nueva York y da clases de literatura en una Universidad de la misma ciudad. Y recientemente le dieron un premio en Israel  por su estupenda obra Sefarad basada en historias de judíos.


lunes, 9 de septiembre de 2013

Citas Citables

   Cuando era una adolescente  cayó en mis manos una revista muy curiosa que se llamaba Selecciones (Reader Digest). Se trataba de una publicación americana que hacía al menos 40 años que salía cada mes a los kioskos y que portaba en su interior muchos artículos interesantes en un mundo en el que Internet era algo impensable que pertenecía a las películas de ciencia ficción.
   El formato de la revista era muy particular pues era  como una pequeña libretita en la que podías encontrar desde artículos en los que se hablaba de las últimas investigaciones científicas, hasta testimonios humanos de personas solidarias que tenían un gran valor en la vida al afrontar situaciones difíciles.

   A mis quince años me enganché rápidamente al Selecciones porque siempre he sido la fanática  de las revistas,  curiosamente le debo mi nombre a una de ellas ya que mi madre me puso Beatriz porque había una reina en Holanda  con ese nhombre y salía en la revista Hola cada  semana y además porque la pequeña revistilla americana tenía una sección muy especial que a mí me fascinaba que se llamaba Citas Citables, esas frases maravillosas que alguien famoso dijo en alguna ocasión.
   Y a partir de aquel momento empecé a copiar en una libreta esos pensamientos que hoy podemos encontrar hasta en los sobres de azúcar,  pero que a mí en aquellos instantes con mi corta edad y mis pocas vivencias mundanas me parecían lecciones de sabiduría en unas pocas líneas.
   Conservo la libreta ahora con las hojas amarillas y tengo millones de esas frases recopiladas. Han pasado los años pero no ha pasado mi gusto por esas palabras que encierran tanto saber de la vida. Recorro las páginas de mi viejo cuaderno y destacan algunas líneas:

     También los hombres somos instrumentos musicales, vibramos según quien nos toque.

   Esta siempre me encantó y siempre me acuerdo de ella cuando pienso en el amor y en lo maravilloso que es sentir esa vibración de estar enamorado de esa "persona concreta". 

     Para mí la verdad es lo que no puedo dejar de pensar.

   Totalmente de acuerdo, ese pensamiento que no se puede desterrar de la mente.

     Las palabras son vehículos que pueden transportarnos desde las opacas arenas  hasta las deslumbrantes estrellas.

   A los que nos fascinan las letras y la literatura esta frase nos parece una gran verdad y la creemos además a pies juntillas.


      Al hombre que amo lo quiero libre... incluso de mí.


    Sin comentario...

       Cuando un elefante está en problemas, hasta una rana lo patea.

    Este proverbio nos ayudará a ser más indulgentes con nosotros mismos en momentos difíciles, que nunca está de más perdonarnos la vida.

      De nuestros padres aprendemos a amar, a reir, a poner un pie detrás de otro pero al abrir un libro descubrimos que tenemos alas.

   Maravillosa realidad y ¡qué suerte poder vivir otras vidas a través de la lectura!

   Pero de todas esas frases yo siempre tuve una favorita, la llegué a copiar en la puerta de mi ropero para poder verla cada día. Hoy pienso en ella y creo que es un pensamiento muy fuerte pero que representa la tenacidad que a mí me encantaría tener en la vida. Se trata de una oración que dice:

    ¡Señor, concédenos el empeño de la mala hierba!

   Siempre se puede volver a empezar, siempre puede tener uno un motivo para luchar y reinventarse de nuevo.

   Y este verano encontré otro pensamiento impactante y que me apliqué inmediatamente. Se trata de otra idea que está acorde con mis circunstancias actuales y con la filosofía que quiero llevar a la práctica en esta vida mía. Ahí va la frasecita:

    Si quieres una vida, ¡róbala!

   Sé que es muy dura pero me gusta pensar que uno le arrebata al destino a  las circunstancias o a lo que quiera  que sea esos momentos que son  nuestros  por derecho, instantes que van a estar llenos de vida y que van a tener  nuestro sello. Porque uno intenta vivir el momento con toda la intensidad que se concentra en ese instante sin pensar en lo que viene en el minuto siguiente, sin medir si quiera las consecuencias que nos acarrearía el lanzarnos a la piscina libremente haciendo uso de la libertad con la que fuimos obsequiados al nacer, libres para amar, libres para pensar, libres para vivir.
  Y tenemos que procurar unirnos a personas que estén a la altura de semejante manera extraordinariamente de beberse la vida.
   Tal vez se necesita estar tocado por la mano de los dioses para ser capaces de disfrutar de la vida con los cinco sentidos, a tumba abierta, sin miedo a sufrir, sin miedo a la muerte.
   De mi paseo actual por las Citas Citables saco en conclusión que bienvenidos sean todos esos pensamientos si leyéndolos una vez más, me aportan el reflexionar y  además me sirven de candiles en la vida.