Aquel invierno nos separamos para siempre, pero tal vez somos como esa pareja de la canción de Mecano que se veían una vez al año aunque ya no estuvieran juntos " el siete de septiembre es nuestro aniversario y no sabemos, si besarnos en la cara o en los labios."
Hay historias que finalizan rotundamente sin dudas, sin que se mire atrás, con esa certeza que da la ausencia de amor y la tranquilidad que nace de repente de poder seguir sin ningún deseo de darse la vuelta para ver lo que se ha quedado en el camino y convertirse en estatua de sal. Pero el final de nuestro amor llevaba colgado el yunque de la duda, el del arrepentimiento y el del dolor inmenso que sólo dan los grandes amores.
Y en la caja de Pandora quedaron guardadas todas las delicias de ese cariño eterno, palabras dichas con el corazón, lágrimas de felicidad, y también todos los insoportables dolores que sólo se sienten por amor una vez en la vida.
Y jugueteamos en muchas ocasiones con la tapa de ese anhelante continente sabiendo que en él, se guarda un pasado que amenaza con arremeter contra el presente.
Pero aquel invierno nos separamos para siempre y podríamos tocarnos, y hasta entrelazar nuestras suplicantes y amantes manos, pero un enorme muro invisible nos divide, hace que entre nosotros por mucha cercanía física que exista, todo sea dolorosamente lejano.
Y puede ser que desde aquel tiempo, se haya instalado para siempre un poco de invierno en nuestras vidas.