miércoles, 13 de febrero de 2013

De pequeña quería ser mayor.

   En una excursión que hice el otro día con mis alumnos desde Maspalomas a Telde le dije a una pequeña alumna, con la intención de que permaneciera sentada  tranquila todo el trayecto, que mirara por la ventana atentamente que a mí me habían dicho que muchos osos pululaban a sus anchas por la zona. Así que si ella se quedaba quietecita en el sillón de la guagua, no tardaría en ver a alguno de aquellos animales. También le dije a la niña que si veía a uno de aquellos peludos ositos, que no dudara en avisarme, que yo también quería disfrutar de ese momento especial.
   Me senté convencida de que la niña ya no intentaría moverse del asiento y que se quedaría mirando el seco paisaje de nuestro trayecto, que era  lo que yo también pretendía, pero mi sorpresa y la gracia que me produjeron sus palabras diez minutos después fueron enormes cuando con su dulce vocecita me avisó con gran entusiasmo: Bea un oso.
   Hasta que llegamos a Telde aparecieron diez osos que por los visto, paseaban a sus anchas por Juan Grande, el Polígono de Arinaga y El Goro. Diez osos que yo con mis ojos de adulta no pude ver desgraciadamente, aunque la imaginación de la niña los iba vislumbrando uno a uno y además fue contagiando a sus compañeros que se pusieron a mirar con más detenimiento por los ventanales del autobús y empezaron a avisarme de la aparición de otros animales que extrañamente paseaban también por el hábitat sureño. Me avisaron de la existencia de lagartos, algún caballo y creo recordar que alguien fue capaz de ver un pulpo, que no sé si fue visto vivo o muerto. 
   Y reflexionando sobre ese maravilloso momento que viví con los niños me acordé de que yo cuando era pequeña quería ser mayor. Tenía mucha prisa por dejar atrás el mundo de los niños, quería ponerme zapatos de mayor y recorrer con ellos todo el camino que me fuera posible. 
   Trabajar como hacían los adultos y tener mi dinero y no la paga semanal. Conducir un coche que me llevara muy lejos, como hacía mi padre que cogía el volante con una mano y apoyaba el codo en la ventanilla transmitiendo la seguridad de que para él, conducir estaba "chupado".
   Darle un beso a alguien que me pareciera muy guapo, muy listo y muy simpático y cerrar los ojos en ese momento y ver cientos de estrellitas, como veía yo que les pasaba a los protagonistas de alguna película romántica que me habían dejado ver. Si, el mundo de los adultos para mis ojos de niña era lo mejor que me podía ocurrir y no veía el momento de llegar a ese punto que adelanté todo lo que puede cuando  llegué a la adolescencia y utilicé esa etapa como un trampolín para saltar a la vida real, sin mirar atrás.
   Y ahora desde esta posición de mayor veo que algunas veces los caminos, aquellos que yo quería recorrer, en ocasiones tienen límites, que mi coche conducido a la manera de mi padre, ¡por supuesto! no puede llevarme tan lejos como yo quisiera,  que el dinero que me dan por mi trabajo, que adoro, no es el tesoro que yo pensaba cuando era niña.
   También me he percatado aunque nunca renuncio a ellos, que los besos que vienen "con estrellitas" tienen efectos secundarios y a veces después de experimentarlos producen un extraño dolor entre el pecho y el estómago, algo que nunca nadie me contó ni que salió en película alguna.
   Pero afortunadamente la vida siempre da oportunidades de volver atrás o al menos me la da a mí cada día cuando voy a mi trabajo y  los niños me dan la lección del otro día y  me enseñan que nunca hay que perder la imaginación y dejar de soñar. Ver la vida a través de otros cristales que no sean sólo los de la realidad  pura y dura.
   Puede ser que si uno es capaz de seguir soñando cuando ya hace tiempo que has dejado de ser un niño, todo lo que sueñes se te puede convertir en realidad aunque sea algo tan inverosímil como la existencia de osos en el sur de Gran Canaria.

¿Cuál es tu diminutivo?

Una de las cosas por las que nos caracterizamos los seres humanos es porque cuando vivimos en pareja solemos ponerle al objeto de nuestros deseos un gracioso diminutivo, que es personal e intransferible como las tarjetas de crédito. Ese nombre cortito, ridículo la mayoría de las veces y que sin saber porqué cuando comenzamos una relación con alguien nos llena de "orgullo y satisfacción", es como un sello semántico que nos coloca nuestro amor o que ponemos nosotros y que nos va a acompañar a lo largo de toda nuestra andadura amorosa. Yo creo que hay tantos diminutivos cariñosos como tipo de personas existen. Y si no hagamos un pequeño análisis del asunto. Están los clásicos que se adoptan así, sin pensarlo mucho y que los suelen decir personas comedidas y hasta yo diría con poca imaginación son el CARIÑO o CARI, AMOR, CORAZÓN, etc. De este tipo hay una variante que siempre me ha llamado la atención y que no sé si me hace gracia o me causa desespero, se trata del diminutivo clásico pero con modificaciones. Por ejemplo en vez de decir AMOR, los cariñosos amantes se dicen MO. Espero no ofender a nadie pero yo sobre ese sonido nasal, porque los que lo dicen suelen expulsar el aire por la nariz cuando pronuncian la amorosa sílaba. Siempre he tenido mis dudas ¿cómo te puede querer alguien que te llama así? Otros a los que suele recurrir mucho la gente son todos aquellos que tienen la letra CH, esa que ha aniquilado la Academia de la lengua (RAE). Son el CHURRI, PICHURRI, CACHULI, CHUCHI... y demás familia. De este tipo hay uno que es bastante sospechoso porque aunque parezca inofensivo no creo que lo sea tanto y es CHUKI, ¿no se llamaba así el muñeco diabólico? Cuidado, cuidado con aquellos que te llaman así porque eso no puede traer nada bueno. Luego hay otros vocablos que son ideados por gente original y que piensa, son los se que crean exclusivamente para ti porque nadie en el mundo tiene el honor de llamarse de esa manera. Paso a describir una situación concreta que lleva a alguien a hacer una creación tan original. Un verano has ido a la playa y te has puesto negro como un tizón y tu amorcito con el que acabas de comenzar un idilio te bautiza con el nombre de conguito, y conguito te quedas durante 20 años. Escucharás aquello de : --conguito te quiero mucho, conguito no puedo vivir sin ti, o conguito te lo dije-. Da igual que lleguen los inviernos y tu piel esté amarilla como la yema de un huevo el conguito se lleva con orgullo hasta el último día de la relación. Y ahí viene el problema en el final de la relación, porque en esos instantes ese diminutivo fantástico se va quedando descolorido y toda la ridiculez que no vimos al principio, aparece de repente. Es patético cuando en pleno epicentro de la ruptura oyes a tu alrededor la palabra PICHURRILITA y un lagrimón rueda por tu mejilla porque sabes que nunca más, nadie, jamás de los jamases te va a llamar así. Y en vez de sentirte contento porque te han quitado ese INRI de encima te sientes desdichado. Pero sabiendo como sé, que la realidad supera la ficción ¿serías capaz de decirme como te llaman a ti y cuál es tu diminutivo?