sábado, 30 de abril de 2016

PARECIDOS DEL ALMA

   Un tal Alonso Quijano perdió  su cabeza leyendo libros de aventuras y Renato Abate enloqueció con el cine clásico.
   Había visto mil y una vez todas aquellas películas fantásticas que pertenecían a la época dorada del cine y de todos aquellos actores maravillosos que observaba, había uno que despertaba su admiración, uno en particular era santo de su devoción, se trataba de Paul Newman.
   Renato era un hombre enjuto, parecía curiosamente como el Sr. Quijano, que estuviera seco y envuelta su osamenta de piel y escasas carnes. Sus ojos eran pequeños y miraban de forma somnolienta, como con melancolía. Tal vez vagaban por todas aquellas imágenes que devoraba una y otra vez sin cansarse jamás.
   Renato casi no tenía cabello, le quedaban sobre su testa unas escasas greñas que se colocaba trabajosamente para que no pareciera aquella cabeza un mundo inhóspito. Pero este loco del cine aprendió a poner la cara de condescendencia que ponía Newman en La gata sobre el tejado de Zinc. Sus ojos oscuros con mirada de pozo insondable, miraban con la idea de que eran azules y cristalinos. Tanto observó al actor, en tantas ocasiones estudió sus movimientos, su halo hermoso y varonil que cuando lo vi entrar en la sala su insignificante persona me recordó al famoso actor.
   Al principio me quedé mirando al señor Abate en toda su delgadez y mi cabeza  rebuscaba a quién  me recordaba, y de repente, una expresión suya hizo que Paul Newman me viniera a la mente.
   Pensé entonces  en que existen parecidos que no son físicos, sino que son PARECIDOS DEL ALMA.

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