Tengo que reconocer que soy adicta entre otras muchas cosas a los Blogs. Además de tener este espacio tan mío, este vicio de contar, navego por los mundos de otros bloggers que me aportan mucha información de todo tipo. Ya en un post que colgué en el 2012, Y ¿qué es un Blog? hablé de las características de estos, cortos, amenos, relacionados con temas concretos normalmente, que no es el caso de mi vicio de contar, pero si es la generalidad. Por eso me gustan, en cualquier sitio te puedes leer ese texto que es como un flash de información, o un pensamiento de alguien que por un momento te engancha y te deja reflexionando. Este ha sido el caso del Blog que descubrí esta semana de la periodista Karelia Vázquez.
Se trata de un Blog que habla de las redes sociales y sus consecuencias. Es una persona muy documentada sobre el tema, además de una consumidora activa de este tipo de comunicación, que caracteriza a estas primeras décadas del siglo XXI. También en Marzo del 2013 en el post Relaciones @.com. divagué sobre el whatsapp y la manera en que este sistema de mensajería instantánea nos estaba modificando la vida, porque no nos engañemos, todo está cambiando aunque seamos reacios a creer y a pensar en que las redes sociales están modificando nuestra manera de relacionarnos.
De todos los post que pude leer de este estupendo Blog, cuyo nombre es El Antigurú, refiriéndose al hecho de que nadie en las redes sociales puede ser un experto porque se trata de un fenómeno nuevo y cambiante, he anotado algunas cosas que me gustaría compartir aquí, porque mucha gente y yo consumimos, nos relacionamos y vivimos esa vida virtual, paralela a nuestra vida real.
Empiezo con las notas curiosas que encontré sobre el Facebook. Marck Zuckrberg creó esta red social a la que por cierto, le dan solo tres años más de vida, con la intención de que fuera un conector. Se trata de que los que tienen una cuenta abierta, pasen el mayor tiempo posible conectados. Es una comunidad instantánea, en esa comunidad hay amigos, conocidos, familiares, ex-novios, vecinos y demás especímenes. Se puede decir que el Facebook nos divide en dos tipos de personas, los que interactuamos y los que no interactúan. Los primeros tienen un punto de exhibicionistas. Cuelgan fotos, muestran sus vidas, expresan sus deseos.. "ya soy la superjefa" por ejemplo, como si internet fuera un oráculo en el que rezar y pedir lo que uno anhela fervientemente. Los segundos son aquellos que tienen una cuenta abierta pero no dicen ni mu. Parece que no están, pero sí están. Son los nuevos cotillas, portería on-line. Cotilleo digital pero ahora este cotilleo no es descubierto. Antaño había una cortina que se movía lentamente en un cuarto piso y detrás de aquella tela vaporosa, había una persona oculta mirando la hora en que llegaba la vecina alocada. En estos momentos millones de personas en el mundo están entrando en el muro de su ex pareja, ex amigo o ex jefe y nadie lo sabrá. Así que como decía la autora del Blog al que me referí al principio de este artículo, la tecnología se ha puesto al lado del cotilleo.
Sobre el Whatsapp ya hablé como dije antes el año pasado, cuando me llamó la atención el comentario de una amiga que me decía que el chico que le gustaba, la había bloqueado y por tanto la había expulsado de su vida, asi, silenciosamente. Parece que estar bloqueado por alguien es estar en un limbo, estar en ningún lugar y no estar en el mundo del whatsapp, esta mensajería instantánea con la que practicamos la cháchara virtual, es como no existir. Las llamadas telefónicas empiezan a ser formas de comunicación arcaicas, o manifestaciones infinitas de amor, ¿qué sería de nosotros sin los emoticonos? porque hay cosas que no se pueden expresar con palabras, necesitamos un emoticono para decir que estamos contentos, tristes o aburridos... Esas conversaciones interminables de grupos que empezaron el dos de Enero y todavía no han terminado, ni terminarán... que además las podemos volver a leer en cualquier momento,¡ qué horror!, que quede constancia de todo lo que uno dice, como si estuviéramos en un juicio o en el Congreso de los Diputados.
¿Saben que se ha hecho un estudio en la Universidad Autónoma de México sobre la risa que se escribe en la mensajería instantánea? Pues sí como lo oyen, si ponemos jaja eso quiere decir que es una risa falsa. Si ponemos tres jajaja, la risa es auténtica, pero si escribimos jajajajaja es que estamos intentando adular a la persona con la que hablamos. Estos Ciberpsicólogos analizan todos los elementos que intervienen en nuestras ciberrelaciones, con nuestros ciberamigos en el ciberespacio.
Al igual que mucha gente, hoy en día una mayoría, yo también esculpí una imagen on line, y tengo esas chácharas interminables por el whatsapp con personas que se denominan lazy contacts (contactos perezosos sería la traducción) o sea amigos que no se lo curran, que utilizan muchos emoticonos para no mojarse por ese carácter indefinido que tienen esos machanguitos. Pero me siguen encantando los bares, los lugares donde le puedes mirar a alguien a los ojos, chocar su copa con la tuya y todas esas cosas que hacemos en los lugares en donde no hay WIFI, solo gente. Pero bueno si me dan a elegir, yo como Dios, quiero estar en todos lados.
lunes, 12 de mayo de 2014
domingo, 4 de mayo de 2014
Billie Holiday, Ella Fitzgerald, y Nina Simone las damas del jazz. Almas de Blues.
No es ningún secreto que la música negra ha sido la que más ha influído en la música moderna desde el pasado siglo. Los cantos tribales de los esclavos, que fueron traídos al nuevo mundo transformados luego en canciones religiosas cantadas en esas misas de los domingos de las iglesias del sur de Estados Unidos, traspasaron el sentido religioso que poseían para hacerse eco en las ondas de la radio y llegar a todos los que las escuchaban en los años cincuenta, década en la que empezaron a forjarse los nuevos estilos musicales como el Blues, el Rhythm and Blues, el Soul y el Rock and Roll. Como dato curioso de esa época puedo mencionar la denominada autopista del Gospel. Una vía por la que se llegaba a los pueblos que recibían a cuartetos vocales compuestos por hombres y mujeres, que cantaban a cuatro voces una música religiosa. Gente que ganaba mucho dinero estos actuaban ante las comunidades negras principalmente, aunque también había cuartetos de blancos, y tenían el cielo ganado. Me explico, aunque su vida en aquellos caminos fuera estupendamente pecaminosa, Dios los recibiría con gusto en el último momento. Los ritmos ancestrales africanos, la música Country con esencias de la música celta, el Pop que empezaba a formarse en aquellos tiempos en los que en aquella parte del mundo, la bonanza económica hacía su aparición después de una segunda guerra mundial devastadora, se metieron en la misma coctelera y dieron lugar a todo lo que hoy conocemos y que sigue evolucionando interminablemente. No podemos olvidarnos de los estilos que han surgido en los últimos treinta años como el Funky, el Hip-Hop y el Rap.
En todas estas fuentes han bebido las damas del jazz. Tres mujeres que pertenecieron a esta época y a estas comunidades negras en un mundo en que la que la segregación racial era una puerta cerrada a las oportunidades en el país donde se decía que los sueños se hacían realidad. Faltaba decir que esos sueños solo podían ser realizados por blancos. Pero ya sabemos desde la época de Jericó y sus murallas, que cayeron religiosamente cuando por indicación divina sonaron unas trompetas, que no hay paredes que la música no pueda derrumbar.
Billie Holiday nació en Filadelfia su nombre real era Eleanora Fagan pero siempre fue conocida como Lady Day. Una mujer que vivió cuarenta y cuatro años tan intensos como su manera de cantar, principal característica de su voz, no tan privilegiada como la de Ella Fitzgerald pero pocas cantantes han transmitido tanto en este arte. De niña ejerció la prostitución y al poco tiempo empezó a actuar en clubs nocturnos de Nueva York. Siempre fue consumidora de drogas y la imagen que tenemos de ella con flores blancas en el pelo y esa expresión ida en su mirada nos recuerda que tuvo una gran influencia en la desaparecida Amy Winehouse, aunque también fue admirada por cantantes tan distintos como Frank Sinatra o Janis Joplin.
Decían que cantaba despacio, como si estuviera cansada y probablemente fuera así, saboreaba cada nota y sentía ese cansancio eterno de los que viven tan deprisa.
La canción Strange Fruit, elegida por la revista Time como una de las canciones mas importantes del siglo XX, la llevó al éxito. Se trata de un poema triste y amargo que habla de la gente del sur.
Ella Fitzgerald nació en Newport News, la llamaban The first lady of Song. Cantante con una perfecta técnica vocal aunque falta de la pasión de Lady Day en canciones con contenido dramatico. De vida difícil también desde los dieciséis años empieza a actuar en clubs y enseguida fue descubierta y tuvo mucho éxito. Ganadora de trece premios Grammy, su repertorio es inmenso y cantó todo tipo de música no solo jazz también Blues, Bossa nova, Calipso o Pop.
Finalmente Nina Simone nacida en Carolina del Norte como Eunice Waymon le debe su nombre artístico a un apodo cariñoso de un novio hispanoparlante que la llamaba Niña y al nombre de la actriz francesa Simone Signoret. Niña prodigio que toca el piano desde los cuatro años, no escapa de la influencia de la música religiosa desde pequeña en la comunidad a la que pertenecía, también de estilo apasionado, voz muy particular y personalidad altanera. Abandonó Estados Unidos desde que mataron a Martin Luther King, cansada del racismo.
Tres mujeres negras que han marcado a muchos artistas de épocas posteriores pero que se caracterizan por utilizar la música como un medio de salvación, de comunicación a través del cual poder expulsar los demonios que nos invaden a todos a lo largo de nuestra vida, en eso tal vez radicaba su arte... cantar para no morir, para mostrar el desacuerdo con el mundo y sus injusticias, para expresar el desamor y la pasión y para después de morir no ser olvidado.
En todas estas fuentes han bebido las damas del jazz. Tres mujeres que pertenecieron a esta época y a estas comunidades negras en un mundo en que la que la segregación racial era una puerta cerrada a las oportunidades en el país donde se decía que los sueños se hacían realidad. Faltaba decir que esos sueños solo podían ser realizados por blancos. Pero ya sabemos desde la época de Jericó y sus murallas, que cayeron religiosamente cuando por indicación divina sonaron unas trompetas, que no hay paredes que la música no pueda derrumbar.
Billie Holiday nació en Filadelfia su nombre real era Eleanora Fagan pero siempre fue conocida como Lady Day. Una mujer que vivió cuarenta y cuatro años tan intensos como su manera de cantar, principal característica de su voz, no tan privilegiada como la de Ella Fitzgerald pero pocas cantantes han transmitido tanto en este arte. De niña ejerció la prostitución y al poco tiempo empezó a actuar en clubs nocturnos de Nueva York. Siempre fue consumidora de drogas y la imagen que tenemos de ella con flores blancas en el pelo y esa expresión ida en su mirada nos recuerda que tuvo una gran influencia en la desaparecida Amy Winehouse, aunque también fue admirada por cantantes tan distintos como Frank Sinatra o Janis Joplin.
Decían que cantaba despacio, como si estuviera cansada y probablemente fuera así, saboreaba cada nota y sentía ese cansancio eterno de los que viven tan deprisa.
La canción Strange Fruit, elegida por la revista Time como una de las canciones mas importantes del siglo XX, la llevó al éxito. Se trata de un poema triste y amargo que habla de la gente del sur.
Ella Fitzgerald nació en Newport News, la llamaban The first lady of Song. Cantante con una perfecta técnica vocal aunque falta de la pasión de Lady Day en canciones con contenido dramatico. De vida difícil también desde los dieciséis años empieza a actuar en clubs y enseguida fue descubierta y tuvo mucho éxito. Ganadora de trece premios Grammy, su repertorio es inmenso y cantó todo tipo de música no solo jazz también Blues, Bossa nova, Calipso o Pop.
Finalmente Nina Simone nacida en Carolina del Norte como Eunice Waymon le debe su nombre artístico a un apodo cariñoso de un novio hispanoparlante que la llamaba Niña y al nombre de la actriz francesa Simone Signoret. Niña prodigio que toca el piano desde los cuatro años, no escapa de la influencia de la música religiosa desde pequeña en la comunidad a la que pertenecía, también de estilo apasionado, voz muy particular y personalidad altanera. Abandonó Estados Unidos desde que mataron a Martin Luther King, cansada del racismo.
lunes, 14 de abril de 2014
CANTO A LA VIDA.
El recuerdo más lejano que mi mente puede alcanzar es el de unas manos cálidas y amorosas que acariciaban mi cabeza de niña que dormitaba en una pequeña cuna. Y a partir de ahí, la vida...ilusiones infantiles, tardes de juegos, días de mar y sol y esas manos siempre proporcionándome ese carburante,el calor para que mi motor no fallara nunca.
Y la vida que empuja al primer amor maravilloso, al primer baile, al primer beso ...y mis manos que se agarran a esas otras hermosas manos, tan recias y frágiles.
Y la vida que sigue con sus robos y sus recompensas, con sus lágrimas y sus risas, y yo estrecho esas manos para continuar el camino, para poder levantarme en las caídas. Y siempre están ahí para mi, me hacen fuerte, son el antídoto de la soledad y el desconsuelo.
El recuerdo más cercano e intenso que poseo es el de mis manos amantes, tristes y temblorosas acariciando tu cabeza de anciana que se esfuerza por existir un día más.
Y a partir de ahí de nuevo la vida...
porque ese amor ha sido mucho y bueno, porque al final tus manos me hicieron fuerte, alegre y cálida.
Y le canto a la vida porque tus manos siempre tenderán a las mías y porque la vida maravillosa que tú me enseñaste a vivir, no se acaba con la muerte.
LAS CARTAS
Él aquel día tenía una cita, una cita a la que no asistiría la persona con la que había concertado ese encuentro. Cuando llegó a la cafetería y se dio cuenta de que aquella persona no aparecería pensó en lo estúpido que había sido y se dispuso a tomar un café, ¡que se le iba a hacer! Al fondo, en esa mesa del rincón en la que en alguna ocasión hemos estado sentados tú y yo estaba sentada ella.
Cuando la miró pensó que aquella mujer era demasiado hermosa para estar sola y no esperar a nadie y que nadie la esperara, aun así sin pensárselo mucho se dirigió a ella para decirle no sabía qué. Aprovechando que la mujer tenía un libro en sus manos, le preguntó por el título y desgraciadamente resultó que no había oído hablar jamás de la obra y de su autor, pero nuestro hombre era una persona de recursos y comenzó a buscar otros temas que le hicieran acercarse de alguna manera a aquella fascinante mujer.
No tenían los mismos gustos literarios pero sí coincidieron en otras cosas como en el cine o en la música y de esta manera quedaron para ir juntos al cine. Y volvieron a concertar una cita, la segunda esta vez para asistir a un concierto. En aquel concierto cuando el cantante interpretó una canción con tintes románticos, de repente sus manos se unieron. Una mañana se despertaron y se dieron cuenta de que el amor se había colado por alguna rendija.
Cuando celebraron el primer aniversario de esa costumbre a la que llamamos "amor" decidieron ir a aquella cafetería en la que se habían conocido. En aquel romántico rincón, en el que hemos estado sentados tú y yo en alguna ocasión él quiso abrir su corazón y decirle tantas cosas... pero entonces ella le tapó la boca con sus manos y le dijo: sé lo que me vas a decir, que me quieres más que a nada. Yo también te quiero pero tengo que marcharme lejos. Te echaré de menos. Él desconcertado le replicó que no quería que ella se marchara, que quería tenerla siempre cerca, amanecer con ella cada mañana. Pero nada sirvió para convencerla, ella se marchó pero le prometió que le escribiría, que cada quince días le mandaría una carta de amor en la que le contaría lo que había hecho, lo que no había hecho, lo que lo quería y lo mucho que lo había echado de menos.
Ella se marchó y cuando pasaron dos semanas y la primera carta llegó, él recibió la carta ansiosamente, en ella su amor le contaba lo que había hecho, lo que no había hecho, lo que lo quería y lo que lo había echado de menos.
Pasaron otros quince días y la segunda carta llegó. Él se deleitaba leyendo cada una de aquellas palabras que se habían convertido en la razón de su vida.
El tiempo fue pasando, las cartas iban llegando puntuales a su cita, cada quince días religiosamente ella le contaba lo que había hecho, lo que no había hecho, lo que lo quería y cuánto lo había echado de menos.
Pasaron díez años y él se había instalado cómodamente en esa costumbre a la que llamamos "amor" a través de las cartas de su amada, que no lo olvidaba, que lo amaba a través de cada una de aquellas líneas finamente escritas, con una delicada caligrafía. Después de todo aquel tiempo ya podía descifrar su estado de humor, sus malos días, su alegría o su tristeza tan solo con mirar el trazo de su letra.
Y un aciago día la carta esperada no llegó. Al principio pensó que podía ser un error de correos pero cuando pasaron dos meses ya cayó en la cuenta de que aquella relación epistolar, hermosa y loca había acabado.
Sin sus palabras la vida se le hacía insoportable algo tenía que hacer, pensaba cada día. Y finalmente encontró una solución. Decidió que podía volver a leer las cartas de nuevo. Tenía cientos de ellas que había guardado celosamente en una caja fuerte. Su mayor tesoro eran todas aquellas palabras en las que ella le contaba lo que había hecho, lo que no había hecho, lo que lo quería y lo que lo echaba de menos.
Así empezó a leer una a una cada quince días las cartas. Una noche unos ladrones entraron en su casa y no encontrando nada de valor que llevarse vieron aquella caja fuerte y se marcharon con ella. Su desolación fue tremenda. La rabia de los ladrones cuando abrieron la caja fuerte fue total.
Él se volvió loco buscando a aquellos que le habían quitado su gran tesoro, su costumbre de amor. Pero daba vueltas por las calles y llegaba cada noche a su casa más triste, más viejo y acabado.
Uno de los ladrones que sintió esa curiosidad que nos entra a los seres humanos por las palabras ajenas, empezó a leer las cartas y decidió no quemarlas, como había pensado en un principio, sino enviarlas a su destinatario, como las había recibido.
Y él que nunca había perdido el hábito de abrir cada quince días el buzón, encontró un día la primera carta. Ese día volvió a la vida, ahí estaba de nuevo su costumbre de amor. Abrió desesperadamente el sobre y recorrió todas aquellas líneas escritas en esas hojas ya amarillentas. Esas palabras le hablaban de lo que ella había hecho, de lo que no había hecho, de cuánto lo quería y cuánto lo echaba de menos.
Cuando la miró pensó que aquella mujer era demasiado hermosa para estar sola y no esperar a nadie y que nadie la esperara, aun así sin pensárselo mucho se dirigió a ella para decirle no sabía qué. Aprovechando que la mujer tenía un libro en sus manos, le preguntó por el título y desgraciadamente resultó que no había oído hablar jamás de la obra y de su autor, pero nuestro hombre era una persona de recursos y comenzó a buscar otros temas que le hicieran acercarse de alguna manera a aquella fascinante mujer.
No tenían los mismos gustos literarios pero sí coincidieron en otras cosas como en el cine o en la música y de esta manera quedaron para ir juntos al cine. Y volvieron a concertar una cita, la segunda esta vez para asistir a un concierto. En aquel concierto cuando el cantante interpretó una canción con tintes románticos, de repente sus manos se unieron. Una mañana se despertaron y se dieron cuenta de que el amor se había colado por alguna rendija.
Cuando celebraron el primer aniversario de esa costumbre a la que llamamos "amor" decidieron ir a aquella cafetería en la que se habían conocido. En aquel romántico rincón, en el que hemos estado sentados tú y yo en alguna ocasión él quiso abrir su corazón y decirle tantas cosas... pero entonces ella le tapó la boca con sus manos y le dijo: sé lo que me vas a decir, que me quieres más que a nada. Yo también te quiero pero tengo que marcharme lejos. Te echaré de menos. Él desconcertado le replicó que no quería que ella se marchara, que quería tenerla siempre cerca, amanecer con ella cada mañana. Pero nada sirvió para convencerla, ella se marchó pero le prometió que le escribiría, que cada quince días le mandaría una carta de amor en la que le contaría lo que había hecho, lo que no había hecho, lo que lo quería y lo mucho que lo había echado de menos.
Ella se marchó y cuando pasaron dos semanas y la primera carta llegó, él recibió la carta ansiosamente, en ella su amor le contaba lo que había hecho, lo que no había hecho, lo que lo quería y lo que lo había echado de menos.
Pasaron otros quince días y la segunda carta llegó. Él se deleitaba leyendo cada una de aquellas palabras que se habían convertido en la razón de su vida.
El tiempo fue pasando, las cartas iban llegando puntuales a su cita, cada quince días religiosamente ella le contaba lo que había hecho, lo que no había hecho, lo que lo quería y cuánto lo había echado de menos.
Pasaron díez años y él se había instalado cómodamente en esa costumbre a la que llamamos "amor" a través de las cartas de su amada, que no lo olvidaba, que lo amaba a través de cada una de aquellas líneas finamente escritas, con una delicada caligrafía. Después de todo aquel tiempo ya podía descifrar su estado de humor, sus malos días, su alegría o su tristeza tan solo con mirar el trazo de su letra.
Y un aciago día la carta esperada no llegó. Al principio pensó que podía ser un error de correos pero cuando pasaron dos meses ya cayó en la cuenta de que aquella relación epistolar, hermosa y loca había acabado.
Sin sus palabras la vida se le hacía insoportable algo tenía que hacer, pensaba cada día. Y finalmente encontró una solución. Decidió que podía volver a leer las cartas de nuevo. Tenía cientos de ellas que había guardado celosamente en una caja fuerte. Su mayor tesoro eran todas aquellas palabras en las que ella le contaba lo que había hecho, lo que no había hecho, lo que lo quería y lo que lo echaba de menos.
Así empezó a leer una a una cada quince días las cartas. Una noche unos ladrones entraron en su casa y no encontrando nada de valor que llevarse vieron aquella caja fuerte y se marcharon con ella. Su desolación fue tremenda. La rabia de los ladrones cuando abrieron la caja fuerte fue total.
Él se volvió loco buscando a aquellos que le habían quitado su gran tesoro, su costumbre de amor. Pero daba vueltas por las calles y llegaba cada noche a su casa más triste, más viejo y acabado.
Uno de los ladrones que sintió esa curiosidad que nos entra a los seres humanos por las palabras ajenas, empezó a leer las cartas y decidió no quemarlas, como había pensado en un principio, sino enviarlas a su destinatario, como las había recibido.
Y él que nunca había perdido el hábito de abrir cada quince días el buzón, encontró un día la primera carta. Ese día volvió a la vida, ahí estaba de nuevo su costumbre de amor. Abrió desesperadamente el sobre y recorrió todas aquellas líneas escritas en esas hojas ya amarillentas. Esas palabras le hablaban de lo que ella había hecho, de lo que no había hecho, de cuánto lo quería y cuánto lo echaba de menos.
sábado, 30 de noviembre de 2013
Se aprende lo que se ama.
Ha caído en mis manos un libro maravilloso de un autor que me ha fascinado, Francisco Mora.
Se trata de un Neurocientífico, Doctor en Medicina, Doctor en Neurociencias y Catedrático de Fisiología Humana. Y he titulado este post con "se aprende lo que se ama" porque el libro del que hablo también se titula así.
Francisco Mora parte de la idea de que solo seremos capaces de aprender y de enseñar a través de la emoción. Como si de una bombilla se tratara la emoción debe encenderse dentro de nosotros. Ese mecanismo activará la curiosidad, la atención, la memoria y en definitiva el aprendizaje.
Aparece la neurociencia como una herramienta básica para los enseñantes, que deben tener conocimientos de neuroeducación para llegar mejor a los alumnos. Pero ¿qué enmarca la neuroeducación exactamente? Una serie de factores que influyen en las escuelas, o universidades: dormir bien, la arquitectura del colegio y del entorno, los horarios elegidos, la luz, el ruido, la temperatura... Todas esas cosas que en muchas ocasiones no se tienen en cuenta pero que son muy importantes a la hora de tener éxito en el proceso de aprender. Se trata de una nueva visión de la enseñanza basada en el cerebro. Hacer uso de los nuevos descubrimientos neurológicos para ser capaces de guiar a los alumnos de una manera efectiva, por la senda del aprendizaje. Si somos capaces de conocer y entender un poco como funciona nuestro cerebro será más fácil utilizar la estrategia adecuada y necesaria para que el alumno, se "emocione" con esos "nuevos saberes" que le vamos a presentar y por tanto no existirá un "apagón emocional", algo tan común hoy en día en muchos niños y jóvenes que presentan un comportamiento de desidia absoluta ante lo que se muestra en las escuelas.
Tenemos que partir de la base de que el maestro tiene que conocer la magnitud de su responsabilidad será un transmisor de emoción, de la suya propia a través de su experiencia, de sus propias vivencias. Ya vemos que la emoción es algo contagioso. Es curioso que la palabra "emoción" no estaba tan relacionada con la inteligencia, pero en los últimos años vemos la importancia que tiene manejar bien las emociones, cualquier tipo de emoción.
Hay una idea en este libro que me parece maravillosa y es la de que todo lo que se enseña tiene la capacidad de cambiar el cerebro del que aprende en su física y su química, su anatomía y su fisiología, conformando así circuitos neuronales que anteriormente al aprendizaje no existían. También la idea de que el cerebro es plástico a lo largo de toda la vida, es decir que puede ser modificado por el aprendizaje a cualquier edad, es una realidad muy optimista y que nos anima a todos a seguir la línea del aprendizaje permanente, nunca es tarde para aprender cosas nuevas que nos "emocionen".
Me gusta el concepto de "ventanas plásticas" que aparece en este ensayo porque me hace imaginar todo lo que se va abriendo en nuestra cabeza y todo lo que queda por abrir, por decirlo de una manera nada científica pero sí muy entendible, me pregunto cuántas ventanas deja uno sin abrir en la vida a veces de manera voluntaria, otras por alguna imposibilidad exterior, pero estaría bien proponerse leyendo todo esto empezar a "airear" nuestro cerebro sin dejar nada cerrado ahí dentro a partir de ahora.
Francisco Mora habla en uno de los capítulos de los neuromitos, esas ideas que circulan en el mundo de la neurociencia y que no son ciertas como la de que sólo utilizamos el diez por ciento de nuestro cerebro. Nos dice el autor que nuestro cerebro funciona completamente, pero entre más nos emocionemos, más aprendizajes alcancemos de todo tipo, más actividad neuronal tendremos, más capacidad alcanzaremos, nuestra inteligencia estará más desarrollada.
En este blog en el que siempre abogo por la palabra, estoy en consonancia con el Doctor Mora que habla de las palabras como "el vehículo del conocimiento". A pesar de las tecnologías y todos los medios de comunicación que tenemos en la actualidad a nuestro alcance, sigue siendo la palabra la transmisora principal de la "emoción". No hay emoción en un whatssap, no nos engañemos.
Recomiendo esta lectura a cualquier persona aunque no tenga nada que ver con el mundo de la educacíón, porque todos somos aprendices a lo largo de toda la vida. Y si es cierto eso de que "la emoción mueve el mundo" como dice nuestro autor, intentemos cada día emocionarnos un poco.
Se trata de un Neurocientífico, Doctor en Medicina, Doctor en Neurociencias y Catedrático de Fisiología Humana. Y he titulado este post con "se aprende lo que se ama" porque el libro del que hablo también se titula así.
Francisco Mora parte de la idea de que solo seremos capaces de aprender y de enseñar a través de la emoción. Como si de una bombilla se tratara la emoción debe encenderse dentro de nosotros. Ese mecanismo activará la curiosidad, la atención, la memoria y en definitiva el aprendizaje.
Aparece la neurociencia como una herramienta básica para los enseñantes, que deben tener conocimientos de neuroeducación para llegar mejor a los alumnos. Pero ¿qué enmarca la neuroeducación exactamente? Una serie de factores que influyen en las escuelas, o universidades: dormir bien, la arquitectura del colegio y del entorno, los horarios elegidos, la luz, el ruido, la temperatura... Todas esas cosas que en muchas ocasiones no se tienen en cuenta pero que son muy importantes a la hora de tener éxito en el proceso de aprender. Se trata de una nueva visión de la enseñanza basada en el cerebro. Hacer uso de los nuevos descubrimientos neurológicos para ser capaces de guiar a los alumnos de una manera efectiva, por la senda del aprendizaje. Si somos capaces de conocer y entender un poco como funciona nuestro cerebro será más fácil utilizar la estrategia adecuada y necesaria para que el alumno, se "emocione" con esos "nuevos saberes" que le vamos a presentar y por tanto no existirá un "apagón emocional", algo tan común hoy en día en muchos niños y jóvenes que presentan un comportamiento de desidia absoluta ante lo que se muestra en las escuelas.
Tenemos que partir de la base de que el maestro tiene que conocer la magnitud de su responsabilidad será un transmisor de emoción, de la suya propia a través de su experiencia, de sus propias vivencias. Ya vemos que la emoción es algo contagioso. Es curioso que la palabra "emoción" no estaba tan relacionada con la inteligencia, pero en los últimos años vemos la importancia que tiene manejar bien las emociones, cualquier tipo de emoción.
Hay una idea en este libro que me parece maravillosa y es la de que todo lo que se enseña tiene la capacidad de cambiar el cerebro del que aprende en su física y su química, su anatomía y su fisiología, conformando así circuitos neuronales que anteriormente al aprendizaje no existían. También la idea de que el cerebro es plástico a lo largo de toda la vida, es decir que puede ser modificado por el aprendizaje a cualquier edad, es una realidad muy optimista y que nos anima a todos a seguir la línea del aprendizaje permanente, nunca es tarde para aprender cosas nuevas que nos "emocionen".
Me gusta el concepto de "ventanas plásticas" que aparece en este ensayo porque me hace imaginar todo lo que se va abriendo en nuestra cabeza y todo lo que queda por abrir, por decirlo de una manera nada científica pero sí muy entendible, me pregunto cuántas ventanas deja uno sin abrir en la vida a veces de manera voluntaria, otras por alguna imposibilidad exterior, pero estaría bien proponerse leyendo todo esto empezar a "airear" nuestro cerebro sin dejar nada cerrado ahí dentro a partir de ahora.
Francisco Mora habla en uno de los capítulos de los neuromitos, esas ideas que circulan en el mundo de la neurociencia y que no son ciertas como la de que sólo utilizamos el diez por ciento de nuestro cerebro. Nos dice el autor que nuestro cerebro funciona completamente, pero entre más nos emocionemos, más aprendizajes alcancemos de todo tipo, más actividad neuronal tendremos, más capacidad alcanzaremos, nuestra inteligencia estará más desarrollada.
En este blog en el que siempre abogo por la palabra, estoy en consonancia con el Doctor Mora que habla de las palabras como "el vehículo del conocimiento". A pesar de las tecnologías y todos los medios de comunicación que tenemos en la actualidad a nuestro alcance, sigue siendo la palabra la transmisora principal de la "emoción". No hay emoción en un whatssap, no nos engañemos.
Recomiendo esta lectura a cualquier persona aunque no tenga nada que ver con el mundo de la educacíón, porque todos somos aprendices a lo largo de toda la vida. Y si es cierto eso de que "la emoción mueve el mundo" como dice nuestro autor, intentemos cada día emocionarnos un poco.
miércoles, 16 de octubre de 2013
Nuestros maestros favoritos.
Ahora que se acerca el día del enseñante dió la casualidad de que ha llegado hasta mis manos un libro que recopila las opiniones de distintas personas del mundo de la política, del espectáculo y de la literatura y el periodismo sobre algún maestro que había tenído influencia en sus vidas profesionales y también personales. Me llamó la atención el relato de Emilio Aragón que cuenta el entusiasmo de un profesor suyo que tenía una palabra clave: "apúntate". Una persona de esas que nunca ve obstáculos y que te inyecta esa idea positiva de la vida. Nos guste más o nos guste menos lo cierto es que Emilio Aragón se ha apuntado a todo. Leer este libro me ha hecho reflexionar muchísimo acerca de la profesión que desempeño. De la influencia que va a tener mi actitud y mi dedicación diaria en los alumnos que pasen por mi aula. Da un poco de vértigo pensar que de mí en parte, dependerá el amor a la lectura que pueda presentar uno de mis alumnos en el futuro y que de mí dependerá también, que esas personas que se están formando de mi mano puedan alcanzar una educación emocional más completa, algo tan necesario hoy en día o desarrolar la inteligencia social, sin olvidarme de la preparación académica en la que hay tantos contenidos y competencias que conseguir. Es cierto que para ser maestro es necesario tener una formación y una gran vocación pero no deja de ser el enseñante un profesional, una persona normal con miedos e inseguridades como todo el mundo, me refiero a que los profesores no son súper hombres o súper mujeres sino gente normal y corriente que se enfrenta cada día a situaciones nuevas en muchas ocasiones producto de los rápidos cambios a los que estamos sometidos continuamente en el mundo acelerado en que vivimos, cambios para los que los padres muchas veces no tienen respuestas y nos piden a nosotros actuaciones acertadas y efectivas. Leyendo este libro hice un repaso por todos los profesores de mi infancia y de mi vida escolar y lo cierto es que no encontré a ninguno de esos de "apúntate". Si que he encontrado a profesores que me han llenado más en otras épocas como en la época universitaria o ahora con algunos de mis colegas a los que admiro profundamente. También como creo en la formación permanente, me sigo encontrando joyas en algunas clases que recibo, como el profesor de música Eduardo García de la Escuela Municipal de Música de Las Palmas, pero lo cierto es que no encontré a ningún maestro en mi pasado escolar pero sí lo encontré en mi familia, mi tía abuela Carmen De Vega Padilla, una mujer que fundó una escuela parroquial, que eran pequeñas escuelas de barrio que dependían de las parroquias. Ayudada por su hermana Ana, Carmen compartió sus saberes con los vecinos y los preparaba para que fueran luego a examinarse al colegio público León y Castillo ubicado en La Isleta. Fueron más de dos décadas dedicada a esta labor en una época en la que Gran Canaria contaba con un 60 por ciento de analfabetos, en su mayoría mujeres. Es muy loable contribuir a que desaparezca esa oscuridad que supone el desconocimiento total de las letras. Y puede ser que muchas de las personas que pasaron por aquellas aulas improvisadas no siguieran posteriormente con su formación, pero al menos ya serían capacer de moverse por la vida con la seguridad que da el adquirir la lectura y la escritura y las "cuatro reglas". Carmen era un mujer de voz contundente, espíritu de artista porque organizaba marvillosas actuaciones de música y teatro con sus alumnos y vocación férrea. Yo no sé que tipo de maestra soy pero tengo claro el modelo de maestra en el que quiero convertirme y en eso digo lo mismo que decía el profesor favorito de Emilio Aragón: "apúntate". Pues yo me apunto al modelo de maestra que representó Carmen De Vega Padilla.
miércoles, 25 de septiembre de 2013
García Márquez y su vicio de contar
Muchos años después frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en la que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro (...) El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre y para mencionarlas, había que señalarlas con el dedo.
Cuando a Gabriel García Márquez le dieron el premio Nobel de literatura en 1982, los periodistas corrieron a Colombia a entrevistar a la madre del escritor. Le preguntaron a la buena mujer que de dónde había sacado el escritor colombiano ese arte de contar historias, de fabular y ella ni corta ni perezosa contestó: -mire yo creo que todo eso que mi hijo escribe, se lo han contado-. No iba mal encaminada.
Al niño Gabriel José, Gabito, lo habían criado sus abuelos el coronel Nicolás Márquez y Tranquilina Iguarán en Aracataca. Hasta los diez años estuvo el pequeño en aquel pueblo caluroso dejado allí por sus padres, que tuvieron que ir a vivir a Barranquilla por motivos de trabajo. El niño vivió en una casa grande, que siempre estaba llena de gente del pueblo o de parientes que venían de visita. Una casa que pertenecía a una familia que había conocido en otros momentos una bonanza económica que ya había desaparecido, pero que mantenía esa dignidad que aún queda, cuando el dinero desaparece. En ese peculiar escenario escuchaba el chico mil historias de boca de su abuela y de sus tías o primas. Aquel mundo que parecía lejano, se fue introduciendo en la mente del niño y fue marcando lo que luego seduciría a los lectores de todo el mundo muchos años más tarde. Había nacido Macondo en la cabeza de Gabriel, pero él no se daría cuenta hasta mucho tiempo después.
Nunca fue un buen estudiante. Siendo el primogénito de una familia numerosa, sus padres estaban empeñados en que hiciera una carrera. Hizo el bachiller en un internado estatal y siempre destacó por su palabra escrita. El adolescente Gabriel era un muchacho extremadamente tímido, muy dado a las juergas y amoríos la imaginación es desde ese entonces su sello. En la carrera de Derecho sólo estaría dos años, nunca se identificó con esos estudios, tan solo seguía como un autómata una senda que le habían marcado. Sin embargo cada vez tenía más claro que su camino estaba en las letras. Era un lector voraz que leía a todas horas. Sus primeros escritos fueron unos cuentos cortos que le publicaron en el periódico El Espectador, en el que más adelante conseguiría un trabajo como corresponsal. El autor se deslizaba así entre la realidad y la ficción, la realidad de la noticia y la ficción de sus imaginativos escritos. Fue a los 27 años estando en París y llegó como corresponsal, donde escribió su primera novela La Hojarasca, en la que ya aparece Macondo, ese mundo creado por él. En París era Gabriel García Márquez "un piscis desamparado" que conoció el hambre y la penuria, que vivía en una buhardilla y que escribe tal vez como único recurso para escapar de la soledad. De esa época surgen La Hojarasca y La Mala Hora cuyos manuscritos son amarrados en viejas corbatas y pasan a ocupar el fondo de una maleta, que acompaña al escritor en el viaje de vuelta. Pero en otro fondo, en el de su mente, estaba incrustada una obra que nació siendo un clásico, Cien años de Soledad.
Cuando a Gabriel García Márquez le dieron el premio Nobel de literatura en 1982, los periodistas corrieron a Colombia a entrevistar a la madre del escritor. Le preguntaron a la buena mujer que de dónde había sacado el escritor colombiano ese arte de contar historias, de fabular y ella ni corta ni perezosa contestó: -mire yo creo que todo eso que mi hijo escribe, se lo han contado-. No iba mal encaminada.
Al niño Gabriel José, Gabito, lo habían criado sus abuelos el coronel Nicolás Márquez y Tranquilina Iguarán en Aracataca. Hasta los diez años estuvo el pequeño en aquel pueblo caluroso dejado allí por sus padres, que tuvieron que ir a vivir a Barranquilla por motivos de trabajo. El niño vivió en una casa grande, que siempre estaba llena de gente del pueblo o de parientes que venían de visita. Una casa que pertenecía a una familia que había conocido en otros momentos una bonanza económica que ya había desaparecido, pero que mantenía esa dignidad que aún queda, cuando el dinero desaparece. En ese peculiar escenario escuchaba el chico mil historias de boca de su abuela y de sus tías o primas. Aquel mundo que parecía lejano, se fue introduciendo en la mente del niño y fue marcando lo que luego seduciría a los lectores de todo el mundo muchos años más tarde. Había nacido Macondo en la cabeza de Gabriel, pero él no se daría cuenta hasta mucho tiempo después.
Nunca fue un buen estudiante. Siendo el primogénito de una familia numerosa, sus padres estaban empeñados en que hiciera una carrera. Hizo el bachiller en un internado estatal y siempre destacó por su palabra escrita. El adolescente Gabriel era un muchacho extremadamente tímido, muy dado a las juergas y amoríos la imaginación es desde ese entonces su sello. En la carrera de Derecho sólo estaría dos años, nunca se identificó con esos estudios, tan solo seguía como un autómata una senda que le habían marcado. Sin embargo cada vez tenía más claro que su camino estaba en las letras. Era un lector voraz que leía a todas horas. Sus primeros escritos fueron unos cuentos cortos que le publicaron en el periódico El Espectador, en el que más adelante conseguiría un trabajo como corresponsal. El autor se deslizaba así entre la realidad y la ficción, la realidad de la noticia y la ficción de sus imaginativos escritos. Fue a los 27 años estando en París y llegó como corresponsal, donde escribió su primera novela La Hojarasca, en la que ya aparece Macondo, ese mundo creado por él. En París era Gabriel García Márquez "un piscis desamparado" que conoció el hambre y la penuria, que vivía en una buhardilla y que escribe tal vez como único recurso para escapar de la soledad. De esa época surgen La Hojarasca y La Mala Hora cuyos manuscritos son amarrados en viejas corbatas y pasan a ocupar el fondo de una maleta, que acompaña al escritor en el viaje de vuelta. Pero en otro fondo, en el de su mente, estaba incrustada una obra que nació siendo un clásico, Cien años de Soledad.
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