En 1932 el escritor británico Aldous Huxley, un pensador y crítico de la sociedad, escribió su libro más famoso Un mundo feliz. Este fantástico libro que nos ofrece una visión pesimista de la sociedad y que predice el desarrollo de la tecnología reproductiva -las mujeres no engendran sus hijos, son engendrados fuera del útero materno- nos habla de un mundo en el que la familia, la diversidad cultural, la religión, la literatura, las ideas y sobre todo el Amor, han sido erradicados. Supuestamente este es el mundo ideal, el mundo feliz, aquel en el que no hay necesidad de pensar, de soñar y tampoco de amar.
A veces me pregunto si no sólo en el tema de la reproducción Huxley ha sido un vidente, porque todos conocemos la existencia de muchas aplicaciones a las que podemos tener acceso a golpe de teclado, en las que es posible encontrar sexo virtual o citas sin ton ni son. Habrá excepciones como en todas las cosas de esta vida pero lo cierto es que queremos un mundo feliz, quedar con alguien a la carta después de ver un catálogo de caras y cuerpos de personas reales que se muestran con o sin pudor, tener sexo sin que exista la seducción, el cortejo ni el romanticismo. Y después intentar no tener ningún tipo de sentimiento por esos individuos que pasan por nuestras vidas sin pena ni gloria, que la incertidumbre y el vértigo que da el amor no genera felicidad. También está el sexo virtual parte de nuestro mundo actual "felicísimo". -Hola mi amor ¿estás sola?.- pregunta él al otro lado del teclado.- ¿Dime cómo estás vestida? -continúa el amante virtual...
El maestro Sabina cantaba en una canción , todos se miran, nadie se toca, y de eso se trata de no tocarse, sobre todo de no tocarse el corazón.
Yo debo ser un poco básica porque siempre me han encantado los amores de tango. El tango, ese maravilloso género musical de alma nostálgica que a ritmo de bandoneón nos emociona, y nos saca la pasión, refleja como ninguna otra música o melodía la capacidad que tiene el ser humano de apasionarse, enloquecerse y soñar con el amado.
Prueben a sentir un amor de tango es muy triste pero es inolvidable, volar sin alas, vivir intensamente viendo el final a la vuelta de la esquina. No existe la virtualidad, los amantes desnudos se visten de caricias. Dice un tango evocando un recuerdo:
la esquina del herrero, barro y pampa tu melena de novia en el recuerdo, y tu nombre flotando en el adiós.
No se pierdan el amor de tango, genera lágrimas y desconsuelo pero te hace sentir vivo. Cinco días de amor de tango son suficientes para espantar la rutina , el aburrimiento y el vacío existencial. La medicina contra lo virtual, contra el mundo feliz de Aldous Huxley, contra el mundo que nos va amenazando cada día más.
El sol se va poniendo y no puedo dejar de mirar el tranquilo y embelesante paisaje, la mirada queda fijada en el horizonte y parece que quiere uno descubrir allá a lo lejos los restos de la historia, siendo este el camino de tanta gente que ha pasado por aquí. Yo también he pasado por esta tierra muchas veces y vuelvo a ella una vez más, preguntándome como no había vuelto antes, porque te reconcilia con la vida esta luz y este mar.
Y pasaron por aquí los fenicios y cartagineses incansables navegantes... y luego los romanos que trajeron a su diosa Juno, que dio nombre al mes de Junio, diosa de la fertilidad y el matrimonio, hija de Saturno y esposa celosa de Júpiter. En su templo se hacían sacrificios tan cerca del mar que el mismo santuario también hacía las veces de faro.
Los árabes también quisieron dejar aquí su huella y en el sigo IX , construyeron una torre almenara de vigilancia. Pero el episodio que marcaría a este lugar para siempre es un suceso terrorífico y sangriento que contaré a continuación.
En octubre de 1805 a las seis de la tarde comenzó una contienda en estas aguas entre las armada franco-española y la inglesa. Más de cincuenta barcos, miles de hombres se disponían a luchar en una batalla feroz y sin sentido, como todas las batallas. Cosme Damián Churruca y Federico de Gravina entre otros resultarían muertos en este episodio bélico, la mayor derrota que había sufrido la flota española, la gran derrota de la que nunca más se recuperaría. Por la noche una terrible tormenta haría el resto y muchas naves ya naufragaron definitivamente frente a aquella costa que había visto pasar a tantos pueblos. Los habitantes del lugar, gaditanos generosos, corrieron a socorrer a los miles de heridos que flotaban desesperados en las aguas. También pereció el almirante inglés Nelson, que luchaba con todas sus condecoraciones, era muy fácil distinguirlo entre todos los demás combatientes porque las medallas en su casaca brillaban en la distancia y le dispararon desde uno de los barcos contrarios en el combate. Su cuerpo muerto fue conservado en un barril lleno de vino hasta que llegó a Inglaterra y se hicieron los funerales con todos los honores. Pero para los ingleses, a pesar de perder a su mayor héroe naval y de las pérdidas de tantos hombres y barcos, aquella contienda significó el hacerse con la hegemonia del mar en aquella época, un triunfo cuyo eco duraría más de un siglo al derrotar a lagrande y felicísima armada, como había llamado Felipe II a la armada española en otras batallas navales del pasado glorioso de España.
La mayor y más importante plaza de la capital de Inglaterra se llamó a partir de entonces Trafalgar Square.
Aun hoy dicen los que observan los fondos marinos que quedan restos de todo ese horrible episodio, tétricos restos de barcos que descansan en los fondos del Cabo de Trafalgar.
Benito Pérez Galdós narra la batalla en el primer capítulo de sus Episodios Nacionales, y habla Galdós con su magistral pluma de "ataúdes flotantes" refiriéndose a aquella masacre sin sentido.
Y Luego vendría la construcción del faro, una torre de 34 metros de altura que vigilaría para siempre el cabo de Trafalgar. En 1860 este estandarte de la comunicación, en una época sin GPS en la que esas torres de vigilancias tan recias y mágicas alumbraban a los navegantes y marinos que no se cansaban de buscar, explorar otras tierras y conocer otras gentes, se erigió blanco e imponente ante aquella costa llena de historia y de crueles tormentas del tiempo y de la vida.
Volver a Cádiz es siempre volver a un lugar lleno de olor a mar, de gente amable y de luz, es como volver a un sentimiento que siempre está dentro, guardado como un tesoro y una noche bajamos a la playa de madrugada para contemplar todo aquel escenario, que además a esas tardías horas está coronado de cientos de estrellas y a lo lejos se divisan las luces de África que parece que se encuentra a un paso de esta costa. Nos tumbamos sobre la arena de la playa a contemplar el cielo y el faro, a lo lejos, seguía iluminando incansablemente. A la vuelta encontramos a un misterioso hombre que fumaba solitaria y silenciosamente en la arena. Me pregunto ahora, si no sería algún alma en pena de cualquiera de los episodios que ha transcurrido en este lugar este fascinante y mágico cabo de Trafalgar.
Tenía dieciocho años y granos en la cara que eran la señal inequívoca de que todavía habitaba en la complicada adolescencia.
Tenía dieciocho años y muchos sueños de grandeza. Soñaba con ganar mucho dinero algún día, ser descubierto por alguien que realmente tuviera la capacidad de ver en él a un maravilloso artista aclamado por el público, que sus éxitos sonaran en la radio en aquellos programas que escuchaba por las noches de sábado con su familia, su madre, su abuela y su padre, allí sentados en la salita mientras que un loco que se llamaba Dewey Phillips radiaba una música que se acercaba cada vez más a la música negra, aquello era el Sur.
Muchos días frente al espejo se "esculpía" el pelo, su pelo castaño, casi rubio en el que se ponía distintos aceites y hasta vaselina para mantener aquel tupé que era una tendencia, aunque todo su estilo era mucho más recargado de lo que se podía usar, así era él. En el instituto todo el mundo pensaba que era un chico estrafalario, llevaba unas pintas un poco extrañas y encima andaba todo el día cargando con una desvencijada guitarra infantil que parecía estar siempre llena de canciones, sobre todo de baladas para ser cantadas en cualquier momento. Se diría que el muchacho estaba más cómodo cantando que hablando, porque hablar hablaba poco, era un chaval muy tímido e inseguro. Pero la determinación de "ser alguien" no desaparecía de su mente.
En esos días de soñar despierto en su habitación mientras la radio sonaba con toda aquella música maravillosa, se veía a sí mismo cantando en el auditorio que estaba tan cerca de su casa y luego conduciendo un gran coche, un Cadillac concretamente, -¿un Cadillac?- ¿Cómo se podría comprar ese gran carro si muchos días no tenía dinero ni para pagar una coca cola?- No importa- se decía a sí mismo. -Algún día lo conseguiré.-
Cuando terminó el instituto consiguió un pequeño empleo conduciendo una furgoneta en una empresa de electricidad, empezaba de esta manera su incursión en el mundo de los adultos. Un día leyó que existía un local que le llamó poderosamente la atención. Fue tal vez en el periódico local en el que se publicitaba, MEMPHIS RECORDING SERVICE, Nº 706 , UNION AVENUE.-SUN RECORDS. Lo grabamos todo en cualquier lugar y a cualquier hora.
Durante varias semanas pasó por delante de aquel lugar y paraba enfrente del local. No se atrevía a entrar, a preguntar, quería grabar una de sus canciones favoritas, le regalaría a su madre la grabación ella estaría encantada de que le hiciera ese regalo, pero también quería oirse y sobre todo que lo oyeran...
Un día se armó de valor, se abrazó a la pequeña guitarra y atravesó la puerta de SUN RECORDS. Marion Keisker la secretaria casi no lo vió entrar, sentada detrás de una mesa recibía a los clientes y en aquel momento el muchacho era el único que se encontraba en las pequeñas dependencias del estudio de grabación. Lo saludó amablemente y el chico casi balbuceando le dijo que quería hacer una grabación para regalársela a su madre, ella le informó de los tipos de grabación que se hacían allí, el escogió la más barata, 3,84 dólares por un vinilo grabado por las dos caras. Dentro estaba Sam Phillips el hombre emprendedor, amante de la música que tampoco reparó en el chico o al menos eso le pareció al muchacho.
Cuando acabó de cantar sus canciones y estas quedaron grabadas pasó a recogerlas por la mesa de la señora Keisker. Entonces fue cuando el chaval le dijo.- señora si algún día necesitan a un cantante para algún grupo no dude en llamarme. -Muy bien chico.- le contestó Marion Keisker. -¿Qué estilo tienes hijo?, me refiero que a quién te pareces cantando, ¿cómo suenas? .- No sueno como nadie señora.- (I don ´t sound like nobody).
El chico esa noche volvió a tener sus premonitorios sueños en los que se veía cantando y siendo aplaudido por mucha gente. Pero ni en su sueño más disparatado y más fantasioso hubiera podido adivinar todo lo que pasaría después.
No sonaba como nadie efectivamente porque de él salió un sonido nuevo que era como un cóctel de distintas músicas, las que había estado escuchando desde que nació.
Todo lo que pasó después ya lo conocen.
Antes de marcharse Marion Keisker le preguntó al chico.-¿cómo te llamas muchacho?.- Elvis Presley señora.- le contestó. Elvis no sonaba como nadie tal vez por lo que dijo John Lenon sobre él, que antes de Elvis en la música moderna, no existía nada.
Me llamo Renée. Tengo 54 años y soy portera. Soy viuda, bajita, fea, rechoncha y tengo callos en los pies.
Así se presenta la protagonista de un libro que me ha cautivado este verano La elegancia del erizo, tal vez con esta descripción tan grotesca nadie pensaría que hay una historia fascinante detrás de una persona que se define a sí misma como el estandarte de la fealdad, pero reconozco que siento debilidad por estos personajes que parecen que no brillan en la sociedad, los olvidados y bien digo "parece" porque Renée Michel es uno de los personajes más entrañables, inteligentes y maravillosamente sensibles que haya podido crear un escritor. En este caso se trata de una escritora Muriel Barbery, una profesora de filosofía de la que he podido averiguar poquísimo tan solo que cuenta con dos títulos en su carrera literaria y que este libro que me ocupa, ha alcanzado un éxito muy grande en todo el mundo.
Hace tiempo leí en la novela La historia interminable de Michael Ende la definición de la pasión por leer. Sí, esa pasión que te hace llorar amargamente porque una historia maravillosa acaba y habías corrido aventuras con esas personas a las que habías admirado o por las que habías temido, esas personas que habitan entre las hojas de un libro. Eso me ha ocurrido con esta novela, es esa clase de libro que te hace reconciliarte con la literatura si los últimos ejemplares que habían llegado a ti en los últimos tiempos no te hicieron recorrer las líneas con deleite sino con pesadumbre y tedio.
Pero ¿qué tiene esta historia que hace que te enganches? Pues es un relato que trata de muchos temas importantes para el ser humano. A través de los personajes, sobre todo de la portera Renée y de Paloma, una niña extremadamente inteligente que habita en el edificio en el que trabaja la señora Michel, hacemos un recorrido por el significado de la amistad, del Arte, de los libros, de la vejez o de la muerte. Ahí van varios ejemplos de cada uno de estos temas, en algunas de las líneas magistralmente escritas.
El significado de la amistad para Madame Renée nos llega a través de una descripción hermosa y así habla de su amiga Manuela, una mujer humilde pero que ella describe como una aristócrata por su elegancia innata, ¿qué es una aristócrata? -se pregunta Renée-, para ella una aristócrata es una mujer a la que la vulgaridad no alcanza pese a acecharla por todas partes. Y nos cuenta: Manuela es esa gran dama desnuda sin adorno ni palacios, sin la cual yo no habría sido más que una portera, mientras que por contagio, porque la aristocracia del corazón es una afección contagiosa, Manuela ha hecho de mí una mujer capaz de cultivar la amistad.
La portera hace esta reflexión sobre el arte: El arte es la vida, pero con otro ritmo. Sirve para darnos la breve pero fulgurante ilusión de la camelia (...) y nace de la capacidad que tiene la mente de esculpir el ámbito sensorial. Da forma y hace visibles nuestras emociones y, al hacerlo, les atribuye este sello de eternidad que llevan todas las obras que, a través de una forma particular saben encarnar el universo de los afectos humanos.
Renée pese a su destino lleno de carencias y obstáculos era una autodidacta y una devoradora de libros y su experiencia cuando aprendió a leer se convirtió en algo apasionante... Por primera vez toqué un libro en mi vida. Había visto a los mayores de la clase mirar en ellos invisibles rostros, como si una fuerza los moviera a todos y, sumiéndose en el silencio, extraer del papel muerto algo que parecía vivo. Aprendí a leer sin que nadie se enterara. (...) La niña frágil se había convertido entonces en un alma hambrienta.
La niña Paloma reflexiona sobre la vejez (...) no hay que olvidarlo. Hay que vivir con la certeza de que envejeceremos y que no será algo bonito, ni bueno, ni alegre. Y decirse que lo que importa es el ahora, construir, ahora, algo, a toda costa, con todas nuestras fuerzas. Tener siempre en mente la residencia de ancianos para hacer que cada día sea imperecedero. Escalar cada uno su propio Everest y hacerlo de manera que cada paso sea una pizca de eternidad. Para eso sirve el futuro para conseguir el presente con verdaderos proyectos de seres vivos.
Y la muerte como el destino definitivo pero también como la separación de nuestros seres queridos... (...)esta mañana he comprendido lo que morir significa: en el momento de desaparecer quienes mueren para nosotros son los demás (...) Pero nunca más volveré a ver a los que quiero y si morir es eso, desde luego es la tragedia que dicen que es.
Aquí dejo estas maravillosas palabras encadenadas unas a otras. Como dijo Michael Ende yo sentí la pasión de leer al recorrer estas líneas. Reflexioné con lo que me transmitían los personajes, viví algo de sus vidas cuando iba pasando las páginas, llegaba cada mañana y cada tarde deseando proseguir con la lectura para reencontrarme con toda esa gente buena o no que me hicieron llorar, que me hicieron pensar en mi vida y me hicieron sentir tristezas, las mías, las de ellos...Pero sobre todo creo que la lectura de La elegancia del Erizo no puede dejar indiferente a nadie, porque después de leer este libro maravilloso es posible que algo dentro de nosotros haya cambiado.
Se ha dicho que en el mundo de Billy Wilder puede haber situaciones desesperadas pero jamás serias. Así es en todas las obras de este mago del cine, un austriaco que huyendo de la persecución nazi desembarcó en los Estados Unidos en donde se convirtió en uno de los directores de cine más importantes de todos los tiempos. Un director cuyo lema era simplemente: no aburrir jamás al espectador. Samuel Wilder salió de Europa y dejó atrás a su famililia judía, que fue aniquilada en Auschwitz. En el país de las oportunidades Billy, que fue llamado así porque le fascinaba el personaje de búfalo Bill, empezó su trayectoria en el séptimo arte como guionista. Es increíble como se fue abriendo paso una persona que ni siquiera dominaba el idioma del país al que había llegado, pero evidentemente sus historias eran maravillosas, llenas de chispa, con personajes fascinantes que nos embaucan, toda una colección de sinverguenzas que van por el mundo escapando de sus destinos y de la cruda realidad.
Una de sus películas más reconocidas por la que recibió varios Oscar fue El apartamento, protagonizada por uno de sus actores fetiche y uno de los mejores actores que ha conocido Hollywood, Jack Lemmon. Wilder contó que pensó en crear este personaje Baxter, un empleado de una gran empresa de seguros que le presta su casa de soltero a varios directivos para que la frecuenten con sus amantes con la intención de ascender, después de ver una película europea en la que unos amantes utilizaban para sus reuniones secretas la casa de un amigo en común. El director salió del cine pensando en aquel generoso personaje, en cómo sería su vida, a qué se dedicaría... Siempre echaba una mirada a las vidas de los perdedores, de los tramposos, de los antihéroes a los que nadie tiene en cuenta y tal vez en eso radica la genialidad de sus películas, sus personajes no son personas brillantes, triunfadores de la vida, modelos a seguir. Son esas otras personas que sobreviven, que han fracasado, que a duras penas llevan una existencia que es fiel a un dicho que leí una vez en alguna parte que decía: si quieres una vida, róbala. Jack Lemmon encajaba perfectamente en ese papel. Fue protagonista de muchos de sus títulos: El apartamento. (con Shirley Mclaine), En bandeja de plata (junto a Walter Mathau con quien formaría una pareja muy exitosa en muchas películas), Irma la dulce (en donde de nuevo repetiría con Shirley Mclain), la archifamosa Con faldas y a lo loco (con Marylin Monroe y Tony Curtis), o una película deliciosa rodada en Italia que a mí me fascina y que tuve la suerte de conocer porque mi madre me sugirió que la viera ¿Qué sucedió entre tu padre y mi madre? Una historia rocambolesca en la que dos personas se encuentran en un lugar paradisíaco de Europa, porque van a recoger los cadáveres de sus padres muertos en un extraño accidente, y que se encuentran con que aquellos habían llevado una doble vida secreta durante muchos años.
Este actor tenía la maravillosa capacidad de meterse en la piel del tipo corriente que entre torpe e inteligente suele llevar siempre las de perder. Sus interpretaciones nos conmovían y creo que este dúo maravilloso de actor/director, que además disfrutaron de una gran amistad en la vida real, nos ha dejado unas escenas con unos diálogos y unas historias inolvidables.
No nos cansamos de ver las películas de Mr. Wilder porque están llenas de humanidad, de frases y diálogos inteligentes, porque tal vez en muchas de ellas nos vemos reflejados en algún momento de nuestras vidas en los que no hemos destacado o en los que hemos perdido irremediablemente. Esos fracasos son parte de nuestra existencia también y seguramente son los momentos de los que más hemos aprendido. Tal vez la moraleja de todas estas historias sea la misma, pase lo que pase que no cunda el pánico, siempre hay una carcajada que soltar en cada situación por muy desesperada que sea y como decía el travestido personaje que interpretó Jack Lemmon en la fantástica Con faldas y a lo loco, en inglés Some like it hot, una frase que además creo que nos tranquiliza bastante a los seres humanos y nos protege de ese ejército de gente perfeccionista y cuasi perfecta: Nobody is perfect.
Gracias Billy Wilder por haber hecho un cine tan maravilloso.
A lo largo de mi vida intenté no ejercer esta profesión. Sí, evité por todos los medios tomar el camino que me llevara a una escuela. A mí me deslumbraban otras vías, otros senderos luminosos que me sonaban más rimbombantes y me parecían más atractivos. Las escuelas me parecían lugares grises llenos de normas y seres circunspectos, que eran los maestros claro está, que marcaban las pautas a unos pobres alumnos que se sentían encerrados entre aquellas serias paredes.
Puede ser que yo llevara muy dentro el recuerdo de mi escuela en la que unas religiosas de toca y hábito azul se pasaban el día cortándome las alas y enumerando todas las cosas que eran pecado y no se podían hacer, que por cierto eran muchísimas. Tal vez por ese motivo el camino del magisterio para mí era un atajo para acudir a otro lugar o simplemente un sitio al que no llegar.
Pero ya sabemos como es la vida, basta que te empeñes en eludir algo, lo que sea, un amor, un deseo, en este caso una profesión para que todos esos dioses caprichosos y juguetones se confabulen y ¡voilà! ahí estás tú, en donde no querías estar.
Y hoy diez años después se me llena la boca diciendo que soy Maestra. Que me levanto por las mañanas, recorro un largo camino y solo al empezar el día estrecho manitas y recibo abrazos que son gratuitos. Y ya sé que esto lo han dicho muchos maestros anteriormente pero es algo que me maravilla cada día en este mundo en el que vivo, donde se dan muchos pisotones.
Y me siento una persona privilegiada por hacer algo que me gusta tanto ¡un gran descubrimiento para mi! por tener la posibilidad de contribuir con mi pequeño granito de arena en la formación de un ser humano. En poder observar a cada niño o niña y adelantarme a esa dificultad que pueda surgir en un futuro en el aprendizaje y buscar la manera de que ese problema tenga solución lo antes posible, porque esa es una de las cosas que le dan calidad a la enseñanza, algo de lo que se habla tanto ahora, detectar de manera precoz las dificultades en los alumnos y la intervención sobre estos lo antes posible. Formar un tándem estupendo con las familias, como si de cómplices se tratara que conspiran para que alguien avance en la vida, siempre en la medida de sus posibilidades tanto físicas como intelectuales. Respetar a todo el mundo sin mirar a qué país, religión o cultura pertenece porque la Escuela en la que creo ejerce un poder igualatorio maravilloso en el que se aprende a vivir con paz, algo tan necesario para el desarrollo integral del ser humano.
Y voy moviendo esas manitas por las pizarras, ahora digitales, y cuadernos de cuadros, de rayas y de ilusión por aprender. Y me encantaría remover ese pensamiento también que yo creo, como decía la magistral Ana María Matute, tristemente desarparecida estos días, que "el que no inventa no vive". Aprender a pensar, a opinar, a ser uno mismo en cada situación en la que nos coloca la vida con sus encrucijadas.
Puede ser que haya otros senderos más brillantes que tal vez yo no llegue a explorar nunca en mi vida y puede ser que haya adquirido un aspecto circunspecto, ojalá que no, ese que le veía yo a los enseñantes hace tiempo, pero en un día como hoy en el que el curso finaliza y me he ido a mi casa llena de abrazos de niños y padres, firmo por diez años más. Y sobre todo le doy gracias a la vida por no haberme hecho caso.
En un viaje imaginario que hice a Nueva York en mi Vicio de Contar muchos meses atrás pasé por el escaparate de Tiffany. Era una mañana un poco gris y al igual que Holly yo también me llevé algo de comer mientras disfrutaba de la visión de ese suntuoso escaparate. Puede ser que yo tuviera uno de esos días rojos de los que ella hablaba, que no son días negros, tristes ni lluviosos, sino son días en los que el miedo se apodera de uno sin que nada se pueda hacer. Como antídoto a ese pánico incontrolable Holly se acercaba a Tiffany porque le daba la sensación de que allí nada malo podía pasarle. Yo quise hacer lo mismo en ese viaje de mi imaginación, probar a sentirme segura en aquel emblemático lugar. Desayunar en Tiffany es un sueño que todos hemos tenido después de ver la inolvidable película.
Fue el escritor sureño Truman Capote el que creó el personaje de Holly Golightly. Pero en su novela esta mujer no era la versión edulcorada que nos ofrece la película de ella, en cuyo guión también intervino el escritor norteamericano, sino que se trata de un personaje mucho más torturado por la vida. Una mujer de vida liberal, que ejerce una prostitución encubierta hasta para ella misma, -se plantéa si el hecho de haber tenido once amantes es ya un indicativo de que está inmersa en ese antiguo oficio ya sin remisión-. La historia está contada por un escritor que se muda al edificio de la chica y que la observa desde la cercanía pero que al contrario de lo que ocurre en el film, nunca tiene nada con ella. Holly termina huyendo sin que nadie descubra su paradero porque ha estado relacionada con un delincuente y la justicia la busca por su complicidad en el delito de su amante. Truman Capote ha sido un escritor importante en la literatura norteamericana. Sus novelas retratan a personajes complicados con historias poco comunes. Su libro más reconocido fue una novela que está basada en un caso real A sangre fria que cuenta el asesinato de la familia Clutters de Kansas. Una historia para la que el autor estuvo más de cinco años investigando e indagando haciendo un trabajo que está entre la literatura y el periodismo. Este relato influyó posteriormente en el mundo de la prensa escrita y se consideró el germen del género de la novela de no-ficción.
Además de todo esto el personaje que me ocupa fue una persona integrada en la sociedad y la farándula americana, al igual que el artista contemporáneo Andy Warhol.
El director de cine Blake Edward contó con la colaboración de Truman Capote para escribir el guión de la entrañable película. Edward está considerado como un director magistral de comedias, y aunque haya tocado muchos géneros diferentes en su cine, dirigió la trágica historia Días de Vino y Rosas que protagonizaron Jack Lemon y Lee Remick, es cierto que es en la comedia en donde más ha destacado y desde luego siempre es más recordado por la película que me ocupa Breakfast at Tiffany`s, así como también por la saga de películas de La Pantera Rosa, las buenas y las malas y la magistral comedia protagonizada por Peter Seller, uno de sus actores fetiche, El guateque.
Hay muchas curiosidades relacionadas con este largometraje que como siempre, hacen que su realización se convirtiera entre las casualidades y la genialidad de los que intervienen en ella, en una película única. Truman Capote propone como protagonista femenina a su gran amiga Marylin Monroe. Evidentemente el resultado hubiera sido bien diferente si la sensual Marylin hubiera interpretado a este personaje alocado. Porque lo mágico de la historia es que la actriz protagonista no es una mujer con aspecto de chica alegre, al contrario representa la fragilidad y la vulnerabilidad, hasta vemos en ella cierta pureza y enseguida nos solidarizamos con el personaje. Hay que pensar que en 1961, año en el que se estrena la película, el mundo no veía con buenos ojos a una mujer con una vida desordenada pero a Audrey Hepburn se le podía perdonar todo con su aspecto angelical.
Dicen que la rubia más famosa de la historia rechazó el papel porque ya no quería hacer de mujer "ligera de cascos" y Audrey Hepburn de entrada dudaba entre si aceptar o no porque no se veía en esa piel. Afortunadamente aceptó y ahí queda ese icono maravilloso de estilo que tantas veces vemos en fotografías y objetos de decoración, la imagen de la actriz, de origen belga por cierto, con su moño italiano y su vestido de Givenchy.
El diseñador había realizado el vestuario de la película pensando en Katherin Hepburn, que no tiene nada que ver con Audrey, y cuando supo cual era la verdadera protagonista dicen que tuvo un enfado tremendo porque creía que aquella mujer era muy delgada para sus diseños. Pero hubo después de esta película una relación que duraría para siempre entre la casa de modas Givenchy y Audrey Herpburn, que era la elegancia y el estilo personificados.
Otra relación mágica que comenzó en esta película fue la de el director Blake Edward y el fantástico compositor de origen italiano Henry Mancini. Es en esta película en donde ambos trabajan juntos por primera vez y lo harían después en muchas ocasiones más. No olvidemos que Mancini compondría después la famosa banda sonora de la Pantera Rosa. Pero la canción Moon River compuesta por el músico no es menos famosa. Como dato a destacar la película obtuvo dos oscar por la banda sonora y por mejor canción. Versionada hasta la saciedad, todos los mejores cantantes de la historia de la música la han cantado, dicen que la mejor versión es la que canta Holly en la ventana, pequeña guitarra en mano, un turbante en la cabeza y ese aspecto triste bellísimo.
Holly dice que en Tiffany nada malo puede suceder, pues te invito a desayunar allí. Cuando tengamos un día rojo, ya sabes, corramos a esa gran avenida y ante ese explendido escaparate soñaremos que todo lo malo está desterrado de nuestras vidas. Soñar es gratis y nuestros sueños nos dan libertad para vivir otras vidas.